Capítulo 1

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El olor de incienso llena todo el recinto, al igual que la plegaria expresada por el cura. Todos en la habitación se encontraban envueltos en solemne estado mientras realizaban sus peticiones por el descanso eterno de su ahora fallecido líder. Afuera, todos los guardas estaban atentos ante cualquier señal que pueda indicar que algo estaba fuera de orden y que la familia se encontraba en algún tipo de riesgo.

— Señorita Rose, Paul está de regreso — la voz de Marcus, el jefe de su equipo de guardas interrumpe las oraciones de la ojigris. — su equipo trajo el paquete con él.

Son estas últimas palabras las que la hacen reaccionar, tras detener sus oraciones y santiguarse, la chica se coloca de pie y procede a caminar fuera del recinto, acto que toma por sorpresa a las personas presentes.

— Estar aquí debería ser tu mayor prioridad en este momento. — las palabras de su madre detienen su caminar a mitad del pasillo. — Siempre dijiste que tu Padre lo era todo en tu vida, — comenta con claro recelo en su voz — entonces ¿Qué puede haber en este instante que sea más importante para ti que rezar por su por el eterno descanso de su alma?

— Contrario a lo que puedas creer Madre, incluso en su muerte, mi Padre sigue siendo mi prioridad. — sus palabras suenan con claridad llenando el espacio de la nave central del templo — Pero en este momento te puedo asegurar, que estar aquí y pedir por el descanso de su alma es algo que no puedo hacer, no cuando sé que el bastardo que lo arrebató de mi lado aún respira. — tras decir aquellas palabras, la menor retoma su caminar por el pasillo siendo seguida de muy cerca por sus guardas más cercanos, mismo que al igual que ella, comparten el deseo de venganza por la muerte de su líder.

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La luz, filtrándose entre los barrotes de la celda, daban de lleno contra la espalda del contrario quién se encontraba ejercitándose en ese momento. El silencio que le rodeaba era totalmente sepulcral, lo cual le daba un aspecto más frío y sombrío a aquel pequeño espacio en el cual residía. Por alguna razón que aún no lograba comprender, aquella mañana había despertado con un sentimiento de melancolía, uno muy similar al que había sentido la misma noche que ocurrió el fallecimiento de su madre hacía más de quince años. De no ser porque sabía que no había nada ni nadie esperándolo a su salida del centro penitenciario, podría jurar que de un momento a otro alguien cruzaría por el umbral de la celda para darle la terrible noticia de una pérdida importante en su vida.

— Länder, tienes visita. — la voz del guardia lo saca de su pensamiento, pero ni bien así se queda centrado en sus ejercicios. No sabía quién podría estar allí — ¡Länder! – al notar que el contrario no tenía interés alguno en dejar de ejercitarse, el guardia le llama con mayor énfasis mientras abre la puerta de la celda — No creo que a tu abogado le interese esperar por una basura como tú.

Son aquellas palabras las que le detienen de seguir haciendo flexiones, él no tenía ningún abogado y debido al incidente ocurrido con su última asignación de procedencia pública, bueno, sabía con total certeza que había quemado todos los cartuchos en esa área. Tomando su camisa del respaldo de la silla ubicada cerca de la puerta, se la coloca y sale del cubículo dándole la espalda al guardia.

— Te sugiero que no intentes pasarte de listo, Länder — dice el guardia con una clara amenaza mientras le coloca las esposas — la última vez pudiste causar problemas porque solo había un montón de idiotas haciendo la ronda, pero esta vez estoy aquí y no dudaré en patear tu culo si noto, aunque sean un intento de causar problemas.

— Descuide oficial, nunca intentaría nada estando usted aquí — responde con un tono de sorna en sus palabras. Caminando por el pasillo, su cerebro busca conectar, ¿quién podría haber enviado un abogado para llevar su caso? Fuera de allí solo tiene dos amigos, mismos que están igual de hundidos en problemas que él y sin posibilidad de hacer algo para ayudarlo, Gabriela, su última chica solo es una aventura esporádica que nada le importa si él está dentro o fuera de prisión y su única familia dejó muy claro que no quería saber nada de él hacía ya mucho tiempo. Al entrar en la sala privada de visita, se sorprendió al ver a aquel hombre allí. Schneider apenas si estaba un poco cambiado de cómo lo recordaba de la última vez, su 1.80 de altura perfectamente enfundado en un traje negro a medida, la parte visible de sus muñecas y manos dejaba ver los tatuajes de estilo clásico que le adornaban la piel, en especial aquella calavera encerrada en un triángulo, el emblema de La Tríada, mismo que muestra sin temor ni respeto por el lugar en el que están; el rastro blanco en su cabello y barba le da un estilo más clásico aún, de ser posible. Al verlo Kris no pudo evitar dejar salir un bufido, al tiempo que una mirada de superioridad se instalaba en su rostro — oficial, debe haber una confusión, — dice con determinación — este hombre es un funcionario privado, y yo no he solicitado sus servicios ni tengo nada que hablar con él — enfatiza, lo último que quería era ver al rechtsbeistand allí — así que, si me lo permite, volveré a mi celda.

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