I

1 0 0
                                    

NEVAEH



Escucho la voz de la azafata del avión explicándonos las medidas de seguridad que hay instaladas, pero mi cabeza está en otra parte. Autumn, mi mejor amiga, está sentada a mi lado colocándose bien los cascos y la película en la pantalla que tiene frente a ella. Nos queda un largo viaje, casi cinco mil quinientos kilómetros desde nuestra ciudad, Montreal, hasta Haarlem, una ciudad ubicada a las afueras de Ámsterdam, conocida por el cultivo de bulbos de flores y por sus campos de tulipanes. Cuando les dije a mis padres que quería tomarme un año sabático en otro lugar, no se imaginaban que acabaría en Holanda. Claro que no, yo tampoco. Todo fue idea de la chica que ajusta el volumen de la pantalla incrustada en el asiento que tiene frente a ella con la nariz arrugada.

— ¿Cómo demonios se le sube el volumen a esto?

— Hay un botón justo ahí, Tum.

— Ah. Gracias, Vivi. ¿Preparada para el mejor año de tu vida?

Suspiro, notando el corazón latir velozmente. Ella no espera una respuesta, simplemente se coloca los cascos e inicia la película con una sonrisa. Yo, mientras tanto, me aseguro el cinturón cuando nos avisan de que estamos despegando. Tengo el corazón en la garganta y un nudo en el estómago cuando noto cómo la velocidad del avión consigue que acabe pegada al respaldo de mi asiento. Estoy en el lado de la ventanilla, así que puedo ver perfectamente cómo ascendemos sin parar, atravesamos una capa gigante de nubes y nos estabilizamos. Nos indican que podemos quitarnos los cinturones e ir al baño, pero yo no lo hago, aún tengo el miedo alojado en el estómago. ¿Cómo conseguiría Autumn convencerme para irme a Holanda? Supongo que me pilló con la guardia baja. Durante el interminable vuelo ocurren pocas cosas: voy al baño un par de veces, veo una película y me termino el libro que me había empezado poco antes de irnos. Y claramente me sobra tiempo para mirar el paisaje por la ventanilla. Las casi ocho horas de viaje le pasan factura a mi sentido del espacio-tiempo, cuando me bajo del avión no solo siento que piso una tierra desconocida, sino que también siento que he aterrizado en otra época. Cogemos un taxi que nos lleva hasta el pequeño apartamento que hemos alquilado y soy incapaz de dejar de mirar por la ventanilla tintada del coche. A diferencia de los enormes rascacielos que decoran mi ciudad natal, este paisaje es muy diferente, como si de repente me hubiera adentrado en uno de esos libros de época que tanto me gustan. Todo, absolutamente todo, hace que me surja la necesidad de llevar uno de esos vestidos largos y pomposos de la época victoriana, de salir con una cesta a recoger algunas flores y entrar en una de estas casas de piedra para cocinar algo a base de fuego. También leí que Harleem tiene un carácter medieval debido a sus calles adoquinadas y las casas con gabletes. Todo lo que he leído sobre la belleza de este sitio no hace justicia a lo que ven mis ojos. Hay tantos colores y tanta delicadeza en cada rincón que es casi hipnótico.

— No sé por qué creo que te gusta la ciudad —dice Autumn con aires de superioridad.

— Claro que me gusta. ¿Has visto ese edificio? ¿Y el río? ¿Eso es... un barco? Cielo santo.

— Vamos, Vivi, compórtate. Tenemos tiempo para aprendernos la ciudad de memoria.

— Ya hemos llegado —dice el taxista con un acento bastante gracioso.

Autumn se encarga de pagarle al hombre porque yo aún no controlo el euro, y, tras coger nuestras maletas, el coche amarillo desaparece entre las calles. Observo la fachada del edificio, es de piedra roja, con muchas ventanas y macetas de colores en los balcones. Tiene tres plantas, una baja, que resulta ser un recibidor, y otras dos arriba. Una mujer con el pelo canoso y una sonrisa agradable nos recibe. Lo bueno de viajar con Autumn es que ella sabe lo que hace, ha visitado tantos sitios que casi parece que se conozca el mundo de memoria. Y también porque habla unos cinco idiomas con fluidez y otros tres con un poco más de dificultad. El neerlandés es uno de esos que le cuesta un poco. Pero, por la sonrisa de la mujer, creo que no lo está haciendo nada mal.

MetanioaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora