Capítulo 246

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Me mira con el gesto desencajado.

A: ¿En serio me estás echando?

- Sí. Nunca duermo con alguien después de follar.

A: Vaya, no te creía tan frívola... en plan, pensaba que eras como la típica chica que después de un polvo quiere mimos, dormir acaramelada y tal.

- Me vale lo que creas, vete.

A: Esta bien.

Acepta risueño, saliendo de la cama y vistiéndose. Me giro evitando verle y tapándome con las sábanas para cubrir mi desnudez, ahora me da pudor.

A: Te veo mañana, guapa.

Deja un beso fugaz en mis labios y se va campante, dándome el espacio que necesito para derrumbarme. No tardo en hacerlo, llorando como una niña pequeña, asustada de la tormenta, arrepentida de haber huido de casa y sin tener a donde ir.

Me incorporo acercándome a las flores que aún reposan en el tocador. Mis dedos pasean por sus pétalos suaves, y no puedo apartar los recuerdos que vienen a mí de las manos de Mateo recorriendo mi cuerpo con la misma delicadeza.

- Te quiero.

Sollozo sorbiendo la nariz.

- Y te odio mucho más.

Prometo sin ser oída.

Busco los pequeños sobres que vienen en cada ramo y tengo desatendidos, deseando encontrar su letra o algo que me acerque a él, pero solo veo diferentes manuscritos, del trabajador de floristería de turno.

"La distancia solo existe cuando dos personas se dejan de querer, y juro luchar con todas mis armas para que nuestro amor no se marchite como las flores, por eso, estés en España, Mexico o donde quieras ir, voy a recordarte cada día que te quiero"

Un gemido se me escapa desde lo más profundo de la garganta. ¿Por qué tuviste que conseguir que me enamore de ti, Mateo?

Lloro amargamente, leyendo también las dos notas que acunan mis manos. Comparándole con cada persona que he dejado pasar en mi vida. Algunos tan pasajeros y fugaces, otros un poco más compañeros, pero nunca nadie había sido como él. Mi cómplice; mi amigo; mi amor, y ahora se me hace tan difícil seguir como antes. Sola, libre, echando un polvo simplemente para desfogarme y no con la necesidad de que sea él quien me haga el amor.

Cuando las cuatro paredes que me rodean se me empiezan a venir encima, producto de la ansiedad que siento, cojo el móvil. En España ya es bien entrada la mañana, y yo necesito a mi mejor amiga.

V: Malú, ¿estas bien?

Me lo coge a la primera.

V: Que allí es muy tarde.

- Sí.

Afirmo con un hilo de voz. Escucharla ha aumentado mis ganas de llorar.

V: ¿Qué te pasa, nena?

Pregunta llena de preocupación.

- No puedo olvidarme de él, Vero.

V: Ay, gordi.

Se lamenta compasiva.

- ¿Cómo está?

Sé que hablan día si y día también. Eva sigue con Vero, por lo que deben de comunicarse incluso más que una vez por día.

V: Enamorado perdido.

Su respuesta me rompe todavía más.

Todos los secretos (Segunda parte)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora