Ino

127 15 7
                                    


«Estamos todos en el mismo barco en un mar tempestuoso y nos debemos una lealtad terrible».

-o-o-o-

El control de daños no era precisamente su especialidad. Ino Yamanaka podría haberse encontrado a sí misma de manera definitiva en el papel de una interrogadora, y también había participado en uno que otro secuestro por petición de ANBU. Sin embargo, se encontró a media mañana, metida en uno de los cuartos más decentes de T&I con un niño pequeño que parecía estar teniendo un brote psicótico.

Vamos, había otros veinte psiquiatras competentes a los que recurrir, pero por algún motivo, Ibiki pensó que ella debía tomar cartas en el asunto. La excusa de ser la única opción quedaba descartada automáticamente apenas el folder negro que representaba la información clasificada fue depositado con un ruido sordo sobre la mesa.

—¿Y qué quieres que haga? ¿Quieres que entre a lo que sea que está mal en su cabeza y lo desactive? —preguntó a la defensiva sin atreverse a mirar nuevamente al espejo de doble fondo.

Al otro lado, un niño corría por toda la habitación casi como un desquiciado, golpeando las paredes y gritando cosas que nadie podía entender.

—Ojalá pudieses, Yamanaka —masculló el hombre con el mismo desdén, casi como si la vista del niño le perturbara del mismo modo que mirar a la rubia―. Esto no es una sesión de práctica, es un caso real y clasificado, de seguridad nacional. No puedes arruinarlo.

Ino sabía que entre ella e Ibiki había un contracto de hipocresía casual basado solamente en la relación empleado y empleador. No era un secreto para nadie que el temible hombre se sentía un poco amenazado cuando encontraba figuras pequeñas, hermosas y peligrosas ―como ella misma― que subían en las filas con demasiada velocidad para que fuese un suceso normal.

La gente la subestimaba con frecuencia e Ino aprendió a sacar provecho de ello mas de una vez.

―Necesito que saques de él todo lo que puedas ―ladró hacia ella, soltando la orden con voz rustica y ojos entrecerrados con sospecha.

Ino golpeo el piso con su pie impacientemente, buscando las palabras más educadas que conocía para sugerirle que se fuese a ingerir sus propias heces, pero apenas abrió la boca, la puerta del cuarto se cerró con un ligero clic y el nuevo invitado daba a conocer su presencia.

La mujer puso en blanco los ojos. "Lo que me faltaba" pensó con cansancio.

―Vaya, vaya, si no es la princesa de las Flores ―canturreó el hombre y olfateo el aire con su nariz aguileña.

Mahito Takeda, era un hombre bajito, de nariz afilada y puente muy alto. Tenía los ojos tan redondos encima de pómulos altos, que a sus espaldas, la población le había dado el apodo de El águila, aun cuando a ella le gustaba pensar en él como "El retrasado". Sin embargo, lo que más le molestaba de él no era su poca agraciada apariencia, sino la increíble capacidad que tenia para ser sexista y asqueroso al mismo tiempo.

―Takeda ―saludo levantando la barbilla lo más alto que pudo―. Vaya poco agradable sorpresa.

―Hola para ti también, princesa. ¿En que estaban ustedes dos? ¡Wow! ¿Eso es un niño o una bestia?

Una vena palpitó en la sien de Ino.

―Le pedía a Ino que se encargue del niño ―completó Ibiki, su tono cambiando notablemente en la nota de autosatisfacción de quien ha ganado una batalla sin siquiera pelearla. ―¿Puedes hacerlo o no? ―le atacó de nuevo.

Claro, con Takeda mirando, esperando su negativa como una hiena para destrozarla con sus comentarios pútridos de machista de mierda. Ino quería golpearlo con la mesa de metal cuando se vio comprometida aceptar.

Has llegado al final de las partes publicadas.

⏰ Última actualización: Feb 07, 2023 ⏰

¡Añade esta historia a tu biblioteca para recibir notificaciones sobre nuevas partes!

TitanioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora