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Era una tarde de domingo, y Bjorn estaba en el sofá con el pantalón desabrochado y una bolsa de caramelos casi vacía sobre el vientre. El televisor sonaba de fondo, pero él estaba en ese limbo entre el sueño y el placer de haber comido algo dulce sin pensar demasiado.

Kimmy entró a la sala con una bandeja, deteniéndose en seco al ver la escena.

—¿Otra vez azúcar? —preguntó arqueando una ceja, soltando la bandeja con un suspiro sonoro.

Bjorn abrió un ojo y se sentó torpemente, haciendo sonar la estructura del sofá.

—Solo un poquito… Me dio antojo —dijo con voz baja.

Kimmy no gritó, ni se enojó. Pero se acercó con esa expresión mezcla de regaño y ternura que él ya reconocía muy bien. Se sentó en el borde del sofá, puso la bolsa vacía a un lado y le dio un golpecito en la frente.

—Eres mi chico grande, no un bote de azúcar. Mira, te hice estos rollitos de pollo con verdura y arroz con especias. Llenan igual y no te inflaman como globo.

—Pero están verdes… —protestó él, medio riéndose.

—Verdes, calientes y hechos con amor, que es más de lo que te dio la otra, ¿no crees? —le guiñó un ojo mientras acercaba la bandeja.

Bjorn se rió y aceptó la comida. El aroma era delicioso. Kimmy se quedó a su lado, con las piernas cruzadas, observando cómo comía con tranquilidad.

—No me molesta que estés más grande —susurró, acariciándole la mejilla—. Pero si voy a tener un novio gordito, al menos que esté sano y vivo para mí mucho tiempo.

—¿"Novio gordito", eh?

—Sí, y mío. Así que la próxima vez que te vea con dulces vacíos y sin sentido… te los escondo y te doy más brócoli.

Bjorn se echó a reír mientras seguía comiendo, feliz de tenerla cerca, feliz de ser cuidado… y de ser querido por lo que era, no por lo que parecía.

Bjorn terminó el último bocado de los rollitos y dejó la bandeja a un lado, acomodándose mejor en el sofá. Kimmy aprovechó para recostarse a su lado, apoyando la cabeza en su hombro con esa confianza que solo el tiempo y el cariño pueden construir.

—¿Sabes? —dijo Bjorn, medio en broma, medio en serio—, creo que tienes razón. Necesito un poco más de verdura y un poco menos de “bote de azúcar”.

Kimmy levantó la mirada para mirarlo de frente, su sonrisa era pura complicidad.

—¿Y eso cómo lo vas a lograr? —preguntó, levantando una ceja y rozándole el pelo con los dedos.

—Pues... —Bjorn hizo una pausa, dudando un poco—. Tal vez podría empezar a comer mejor si me ayudas… No solo con la comida, sino… en general.

Kimmy se separó un poco, mirándolo a los ojos con más intensidad.

—¿Quieres que sea tu cómplice? —preguntó bajito.

—Sí —respondió Bjorn, sin titubeos—. Pero también quiero que sigas siendo tú. Que no me cambies ni un poquito. Solo... que estemos juntos en esto.

Kimmy sonrió, y sin más palabras, le dio un beso suave en la mejilla.

—Entonces, tenemos trato. Pero te advierto: si alguna vez te veo con otra bolsa de caramelos en la mano, te castigo con una maratón de películas de brócoli y kale.

—¿Y qué pasa si me gusta la kale? —dijo Bjorn, fingiendo preocupación.

—Entonces eres más raro de lo que pensaba —se rió ella—. Pero eso también te hace único.

Una Promesa [feederism]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora