Capítulo 14

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La gata ojiazul nunca se habría esperado lo que escuchó. Su intención había sido muy simple: Perrito quería ir a dar un paseo por la ciudad y ella iba a informar a su novio, para que no se extrañara si no los veía en toda la tarde.

El sirviente al que le había preguntado donde estaba el felino no le había dicho que estaba con el rey y sus amigos (de lo contrario Kitty solo le habría dejado una nota) por lo que fue a buscarlo.

Cuando llegó a la antecámara de la sala de Arturo escuchó la voz del joven preguntándole al atigrado que deseaba, y como la curiosidad mató al gato, quiso saber que era lo pediría Gato.

Al escuchar lo del sacerdote, no estuvo muy segura si era una broma o no, pero si la emociono muchísimo, por lo cual no contuvo las ganas de tocar la puerta.

-Adelante- indicó Artie.

La felina entro con la cara desencajada y nadie puso en duda que había escuchado lo que el naranja dijo.

-Creo que será mejor que hablemos en privado- murmuró Gato, con voz muy, muy baja.

-Majestad, señores- musitó la bicolor.

-Bye, prometidos- se despidió Burro. Los otros dos se quedaron regañandolo y riéndose.

Los dos gatos fueron a un pasillo pequeño y desocupado para su inevitable conversación.

-Bueno- trató de empezar Gato- mi querida señorita, espero que no pienses muy mal de mi por lo que escuchaste.

-¿Pensar mal de ti? Creo que no te entiendo.

-Es que...no nos ha ido muy bien en lo que a bodas se refieren.

-Comprendo.

-Y se que tendrías toda la razón para rechazarme, pero... aunque lo dije en broma, es verdad. Te amo y quiero casarme contigo, no puedo ocultarlo más.

Su novia no respondió y él empezó a preocuparse, no de quedar en ridículo, sino de haber herido sus sentimientos.

-Mi reina, se que está pedida de matrimonio no tiene nada que ver con la otra, con fiesta, y un anillo de diamantes robado a la marquesa de Yolombo, pero te juro que es sincero.
Por favor, cásate conmigo, o mi última vida no tendría sentido. Por favor, Kitty, no me digas que no.

-¿En serio crees que diría que no?- la gata sonreía con lágrimas en sus ojos de zafiro.

-¿Eso es un si?

-Claro que si, Gato tonto. No deberías pasar tanto tiempo con ese burro.

El anaranjado río y la abrazó.

-Te amo, me alegra que me hallas aceptado, a pesar de lo mal que me porte contigo.

-Shh, eso ya es pasado.

-Curioso que lo digas tú, Kitty- el de las botas arqueó las cejas.

-Prometo no volver a mencionar nunca más Santa Coloma si vas a la iglesia está vez.

-Preferiría enfrentarme a la muerte de nuevo- juró Gato- y sabes...si tengo algo que darte.

-¿De verdad?- eso descolocó un poco a la gata- no tienes nada ni en tus botas ni en tu sombrero, lo comprobé hace un minuto.

El atigrado sonrió.

-Así que no pudiste descubrir esto, Patitas Suaves- le pasó un pequeñísimo y delgado aro de plata (del tamaño perfecto para ser el anillo de una gata)- ¿Puedo ponertelo yo? La otra vez no me dejaste.

-Entonces que está sea la única que recordemos- la bicolor le devolvió el anillo y estiró su pata.

Gato le puso el anillo y besó suavemente su pata.

-La primera vez me lo pediste tú ¿No?

-No lo podemos considerar así, yo solo dije que ya que vivíamos juntos muchos nos aconsejarían casarnos y a ti te dieron escalofríos y no dijiste nada.

-Pero te pedí matrimonio dos días después.

-Sabes que, olvidemos de eso.

-Me parece un plan excelente.

Se abrazaron, sin que nada pudiera menguar su felicidad.

-Oigan, chicos, ¿Podemos ir a dar un paseo ya?

Los gatos dieron un brinco. Perrito había llegado, meneando la cola y sin ni imaginarse el importante suceso en la vida de sus amigos.

-Si, claro- contestó Kitty, la primera en recuperarse del sobresalto- podemos ir todos ¿Verdad, Gato?

-Claro- confirmó el anaranjado.

Un rato después los tres salieron del castillo a pasear por la ciudad. El felino, que les había dejado una nota a sus amigos diciéndoles que todo había salido bien y que si iba a necesitar ese sacerdote, era el más feliz del grupo (incluido Perrito) por qué su amada le hubiera dicho que si a algo tan serio.

Kitty, por otro lado también estaba muy feliz, pero más bien serena y decidida a que todo saliera perfecto esta vez.

Perrito, ajeno a todo, solo disfrutaba de las atracciones del lugar y los dulces para perro que Gato le pagaba sin dudar.

Pasearon todo lo que quedaba de tarde sin preocupaciones y luego cenaron en un restaurante por todo lo alto (las joyas robadas en la casa del general Salazar se vendieron muy fácil).

Ahí fue cuando los felinos llegaron a la conclusión de que debían contarle a Perrito de su compromiso, ya que fue en parte gracias a él que se habían reconciliado.

-Umm, Perrito...- inició Gato.

-¿Si? Dime.

-Kitty yo tenemos algo que contarte.

-Creo que te va a agradar- apuntó la blanquinegra.

-Seguro que si- su rostro reflejaba tal ilusión que supieron que era el momento.

-Vamos a terminar lo que empezamos en Santa Coloma- soltó el atigrado.

-Ahh, que bien- su rostro expresaba confusión, hasta que al fin lo entendió- ¡¡Se van a casar!!

-Si, Perrito- confirmó la felina.

-Wow, suena increíble. ¿Yo voy a poder ir a la boda?

-Como invitado de honor- le aseguró el naranja.

¿Y cuando va a ser su boda?

Los gatos se miraron, no habían pensado en eso.

-Ya lo pensaremos luego- dijeron los dos a la vez antes de echarse a reír.

Ya bastante tarde volvieron al castillo, donde ya les habían preparado habitaciones de lujo.

Tras despedirse de Shrek, Fiona, Burro y Dragona (está última con excepción de Kitty) y darle las buenas noches a Artie se fueron a dormir.

Más allá de la medianoche, Gato estaba inquieto. No dejaba de sentir que no actuaba bien, y no hallaba la razón, hasta que se le ocurrió una explicación: no le había dicho nada a su madre.

Cogió papel y pluma y decidió escribirle una carta.











El Gato con Botas: La última vida Donde viven las historias. Descúbrelo ahora