"1939"

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Para ese entonces, Covah Soldier, de treinta y dos años, residía en una gran casona de la época victoriana.

Esta superaba la funcionalidad. Sus características eran extremas; sus colores exteriores brillantes y únicos, complementados por una ornamentación pesada.

Sí, él era muy sencillo y ordinario para el lugar y el lugar muy opulento y colosal para él.

Aquella propiedad le fue cedida al ser el legítimo heredero al cual sería transmitido los bienes de su difunto padre, un ilustre magnate reconocido especialmente en el mundo de los negocios, que, debido a una muerte súbita y el fallecer intestado, le acomodó la vida a su hijo, al cual había dejado, junto a su madre, quien también falleció años después a causa de un devastador cáncer de páncreas, desamparados a su propia suerte en una sociedad tan demandante.

Tuvo una infancia y adolescencia difíciles pero consiguió salir adelante lícitamente pese a la situación y posición social. Su vulnerable poder adquisitivo dificultaba el acceso a la educación y formación profesional, por lo que apenas tenía oportunidad de un puesto de trabajo digno de sus capacidades intelectuales, pero con esfuerzo y un poco de suerte lo consiguió.

***

Anochecía y dentro de poco la crudeza del clima destemplaría cualquier cuerpo calorífico en aquella solitaria y sombría ruta rodeada de ejemplares de pinos de Weymomt que se alzaban imponentes por toda la extensión. Mismos que no se encontraban precisamente en su verde esplendor, quizás debido a que el suelo reflejaba falta de humectación.

A medio camino del trabajo apresuró su paso para reencontrarse con su esposa, amiga y compañera, luego de una agotadora jornada laboral, quien esperaría por él mientras preparaba la cena que compartirían con sus invitados.

Al traspasar el porche incluido en la fachada frontal y proceder a abrir la puerta principal se deshizo de la gabardina negra dejándola caer encima del perchero —¡Amor, estoy en casa!

Se adentró al acogedor hogar dejando un casto beso en la mejilla de la Señora Soldier quien, y con sus manos llenas de espuma del jabón líquido, le dedico una sonrisa desganada.

No intentó preguntar el por qué de su estado de ánimo ¡Habían sido días difíciles! Entonces, y respetando esto, se echó a un lado y levantó las mangas de su intacta camisa blanca, tomando el cuchillo por inercia y comienzando a cortar meticulosamente el apio previamente lavado mientras ella rebuscaba en la encimera con una frustración palpable.

Solo se escuchaba el chirrido de la carne cocinándose, las patatas cosiéndose y las rebanadas de apio siendo cortadas.

El ambiente cargado afectaba la cotidianidad de la pareja y el silencio hacía eco entre aquellas paredes tapisadas; ensordecía a tal punto que parecían padecer de cofosis ante la información que llegó al buzón como brasa encendida, a través de una carta que hizo enloquecer a las masas.

Covah tiró el utensilio de cocina cuidando la fuerza con que lo hacía para encarar a Ellie.

Debían saber aceptar y afrontar el estallido de la guerra y la inminente partida de los hombres, aquellos que irían rumbo a lo desconocido dejando sin protección a su familia, con el único objetivo de tratar que dicha desventura no los acabara abrazando.

Sus abollados labios no cedieron al movimiento del puchero. Aquellos desaliñados ojos marrones y  pómulos irritados del roce de sus manos intentando secar llantos pasados le recordaron a Covah el cristal del bar del poblado que visitaba en busca de su madre, quien prestaba servicios sexuales a cambio de una minucia de centavos para poder subsistir, durante días lluviosos, empapado por insípidas gotas de agua o en este caso, de una sustancia salada: lágrimas.

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⏰ Última actualización: Oct 17 ⏰

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