Capítulo 8

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Con cada luna que se ocultaba, los pensamientos en la mente de Paolo no dejaban de amontonarse.

Cada día en el que iba con Héctor a observar y ayudar en el entrenamiento de los niños, se acordaba del partido que los chicos habían tenido, y sobretodo de lo que había sentido, de lo felices y alegres que habían estado todos ese día, especialmente ellos dos.

Acabado el partido, habían celebrado la victoria con los niños, felicitándoles a cada uno de ellos por la excelente labor que habían llevado a cabo. Ellos estaban felices y, desde entonces, no pasaba un solo día en el que no le preguntasen a su entrenador cuando tendrían el próximo amistoso.
Héctor les animaba, estaba muy orgulloso de ellos, de la valentía y sobretodo del juego en equipo que habían mostrado. Él también estaba ansioso por que volvieran a jugar pronto.

Por ofrecimiento de su amigo, Paolo iba todos los días de entrenamiento a ayudarles o simplemente a verles mientras jugaban, lo disfrutaba mucho.
También para él era una gozada observar como los niños crecían como jugadores, tanto a nivel personal como a nivel de equipo.

Sin duda, su entrenador les enseñaba muy bien.

Paolo se sentía extrañado, por algún motivo, su mente se llenaba de ese tipo de pensamientos en lo que a su ex rival se refería. Estaba claro que Héctor Helio era una persona admirable ya desde antes su adolescencia, no sólo era un gran jugador de fútbol (probablemente de los mejores) también era una gran persona. Y aún así, Paolo aún se sentía extrañado al acumulársele esos pensamientos en su mente que hacían  referencia a su amigo.

-Oye Bianchi, ¿Has escuchado lo que te decía?

Paolo se sobresaltó ante las palabras de Zara Hamoue. Se había ofrecido a ayudarla con el trabajo que estaba llevando a cabo, y ya que Héctor no estaba ese día, no tenía demasiado más que hacer. 

Paolo se pasó toda la mañana en una sala de la asociación, ayudando con el papeleo que necesitaban para ese fin de semana, dudando sobre si su labor allí era realmente útil o simplemente no sabían donde meterle. 
Afortunadamente para el joven italiano, todo terminó pronto, y por fin podría volver a la posada en el pueblo, ese día le apetecía bastante descansar un poco.

El meteoro blanco había estado pensando bastante en que cada vez les quedaba menos tiempo de estancia en África a él y a su tío. Lo cierto es que Enzo Bianchi le había preguntado a Paolo sobre como se sentía acerca de regresar a Italia, y en ese momento, el joven futbolista no supo qué responder. 

Por un lado, Paolo estaba contento de saber que pronto volvería a casa y podría hablarle a su madre sobre sus vivencias en África, además de que podría ir a visitar a sus abuelos ahora que por fin tenía algo de tiempo libre. Pero por otro lado, había una parte de él que no estaba dispuesto a dejar ya el lugar, como si su subconsciente le repitiera constantemente que aún le quedaba algo por hacer, que había algo que le retenía ahí. 

Paolo prefirió evadir la pregunta, a sabiendas de que si no le decía toda la verdad, su tío se daría cuenta enseguida. Y no es para menos, Enzo Bianchi prácticamente había criado a Paolo desde que era pequeño, desde el incidente de su padre. 

Cuando Paolo tenía 10 años, su padre, Eliseo Bianchi, un futbolista bastante reconocido en Italia, sufrió un grave accidente cuando intentó realizar un entrenamiento. Eliseo llevaba muchos años sumido en intentar aumentar su nivel futbolístico, y la cosa empeoró tras su separación con su esposa, Vittoria Strada. Tras el accidente que sufrió, Eliseo quedó en muy mal estado, llegando al punto de tener que ser trasladado a una residencia para personas discapacitadas, ya que dejó de ser capaz de cuidarse por sí mismo. Su esposa Vittoria, pese a la separación, le seguía amando, por lo que constantemente le visitaba. Fue en aquella época en la que Enzo prometió que se haría cargo de su familia. Desde entonces, él había cuidado a Paolo y a su madre, en todos los aspectos en que le habían necesitado, cosa que se intensificó cuando Paolo cumplió 15 años, cuando su padre finalmente falleció. La madre de Paolo había trabajado en la empresa de su familia desde entonces, siendo ayudada por su cuñado y sobretodo apoyada por su hijo. 
Paolo adoraba a su tío, y Enzo adoraba a su sobrino. Era algo indudable. 

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