Escucha

711 58 0
                                    

  Debí escuchar las palabras de mi madre dictando cada una de las indicaciones. Y, aunque he recorrido este camino incontables veces, jamás lo he hecho por la noche.

Las ramas de los árboles se mecieron haciendo un ruido tosco, mi caperuza roja siguió el ritmo del aire y mi negro cabello quedó al descubierto.

  Jamás te desvíes del camino, recuerdo las palabras de mi madre, Escucha lo que te digo

  Me arrepiento de haber salido furioso de casa tan tarde.

  Como si mis pies conocieran de memoria el camino seguí dando apresurados pasos sobre la tierra húmeda y las hojas caídas. Mis manos están frías, el invierno está por llegar y eso se puede sentir en lo filoso del frío rozando mi piel.

  Di la vuelta hacia la derecha siguiendo el camino, pero me detuve de repente al notar de entre toda la oscuridad de los árboles y la luz de la luna un par de amarillas luces a unos metros de distancia. Jamás los había visto.

  "Si hay luz debe haber personas, ¿cierto?" pensé.

  Mire hacia adelante, el oscuro camino pareciendo interminable, y sin señal de ayuda aparente. Regresar a casa, sería aún peor considerando que llevó dos horas caminando.

  Si ves que algo se mueve entre los arbustos, corre.

   Los sonidos de las ramas comenzaron a hacerse más notorios y con los segundos, más insoportables. El pánico en mi sistema comenzó a dominar.  Tomé mi caperuza entre mis puños tratando de encontrar a donde ir, pero parece que entre las ramas se escondía algo, lo que siempre mi madre me alertó.

  El lobo.

  Sin pensarlo por más tiempo corrí hacia mí derecha, solté la canasta con queso, pan, frutas y carne que mi madre me había dado. Corrí como nunca antes lo había hecho en mi vida, sin apartar la vista de las dos luces amarillentas que parecían ser mi salvación de entre todo el bosque.

  Pero nunca salgas de camino

  Antes de que pudiera comprender que se trataban de dos faroles de fierro oxidado y de cristales agrietados. Mi cuerpo se impacto contra algo firme e inmediatamente caí al suelo. Mi tórax subía y bajaba sin control, mi garganta y nariz dolia por el aire frío y mis manos temblaban con nerviosismo. El gorro de mi caperuza me cubrió el rostro bloqueandome la vista.

  –¿Necesitas ayuda?

¿Tienes miedo del Lobo? Donde viven las historias. Descúbrelo ahora