Tierra, año 2371.
Hubo una vez un día, en el que el todo era distinto. En la tierra reinaba la paz, las guerras no existían, todo conflicto se resolvía en una tranquila charla.
No existían las luchas incesantes por el territorio, por el oro, el diamante, ni siquiera por el petróleo. La vida en la tierra se basaba en otorgar a otros lo que no poseían y recibir de ellos lo que no teníamos; el trueque y los cambios eran las astas que movían al mundo.
Por aquellos tiempos, la pobreza no existía, ni el hambre, el frío o las enfermedades. La abundancia regía para todos, de una manera totalmente equitativa. El Vaticano donaba sus riquezas y el capitolio las distribuía, sin apoderarse de ni un centavo. La NASA dejó de lado sus millonarias inversiones procurando llegar a otros planetas, y comenzó a utilizarlas en nuestra tierra propia, logró hacer llegar el agua a los desiertos, drenar las zonas inundadas, controlar la marea oceánica, enfriar los volcanes y evitar los desastres naturales.
China, India y Japón, distribuyeron sus más avanzadas tecnologías para el crecimiento totalitario del planeta, de cada individuo.
Las farmacéuticas dejaron de lado sus intenciones de lucro, y se enfocaron en resolver esos enigmas que tanto mal habían causado. Cualquier enfermedad tenía una cura, cualquier mal formación genética fue erradicada.
Los animales dejaron de ser tratados como objetos, también como superiores, pasaron a ser tratados simplemente como iguales. En la tierra pasó a existir una única raza, el Alma.
Los dirigentes, políticos y grandes líderes, lejos estaban de caer en la corrupción. Oían al pueblo, les ayudaban, aprendían de ellos, procuraban el bien totalitario y se negaban rotundamente a enriquecerse a sí mismos.
La contaminación cesó, las energías se tornaron renovables. La naturaleza y las ciudades convivían en total armonía.
El aire era más puro; los aviones que antes fumigaban de toxinas los campos, ahora llevaban alimentos sanos a los sectores donde era necesario. Los navíos que llevaban armamentos, ahora servían de cruceros, hoteles náuticos a los que quienquiera podía ingresar.
Las bases militares fueron reemplazadas por hospitales, escuelas y parques de diversión. Porque cualquier mal en el mundo había sido eliminado.
Por aquellos años, fue la unificación mundial la que nos salvó de la extinción.
Mi Alma se parte en mil pedazos al recordar que esa época en realidad nunca ocurrió. Pero me duele aún más el tener que partir en una nave hacia otro astro, un planeta con nuevos recursos a los que explotar, una nueva tierra a la que destruir. Porque el ser humano, la especie que se denominaba como la más inteligente, logró que la tierra se volviese inhabitable. Logró destruir la belleza de lo que alguna vez fue un hogar.
Mi amada tierra, no los perdones, ellos sabían lo que hacían.