Rosas

359 29 39
                                    

En un día de estos en que suelo pensar:

"Hoy va a ser el día menos pensado".

Nos hemos cruzado.

Has decidido mirar a los ojitos azules que ahora van a tu lado.

Bartolomeo chasqueó la lengua con hastío, era la decimocuarta vez que escuchaba la misma canción en el hilo musical. Odiaba San Valentín, odiaba el romanticismo y todo lo que tenía que ver con él, como las canciones de pop facilonas –igual que la que estaba sonando. Ya era suficiente tortura tener que trabajar en un día así, no quería escuchar más mierdas.

Como ocurría en muchos comercios, en fechas señaladas como San Valentín, se cambiaban los escaparates y salían al mercado productos especiales. Bartolomeo trabajaba como reponedor en un supermercado de barrio y, por ser dicha fecha, había tenido que reorganizar una serie de pasillos para colocar los productos nuevos –especialmente chocolates, tartas y bombones. Llevaba medio mes en su nuevo trabajo y ese estaba siendo el peor día con diferencia.

Lo único positivo del día era que estaba cayendo el diluvio universal. Desde por la mañana, había estado lloviendo sin parar –y ya pasaban de media tarde. Así que todas aquellas parejas felices que querían celebrar San Valentín, iban a salir de casa empapados hasta los huesos. A él le sucedería lo mismo cuando acabase de trabajar, pero el sufrimiento se hacía más llevadero cuando a todo el mundo le jodían por igual.

Desde el momento en el que te conocí,

resumiendo con prisas tiempo de silencio.

Te juro que a nadie le he vuelto a decir

que tenemos el récord del mundo en querernos.

Bartolomeo quiso arrancarse los oídos con la segunda estrofa. "El récord del mundo en querernos" era la frase más absurda y «mojabragas» que había oído nunca. No entendía cómo ese tipo de cosas podían gustarle a la gente. Sí, estaba bien tener a alguien al lado para darse unos arrumacos de vez en cuando pero, joder, el amor no era para tanto.

Además, la última vez que alguien le dijo que era un romántico y que le gustaba ir despacio, le mintió en la cara como un bellaco. Así que Bartolomeo estaba hasta las narices del amor. No era despecho, no era envidia o rabia. Simplemente, estaba hasta los cojones.

Mientras colocaba unas cajas de bombones en sus respectivos estantes, le llamaron por megafonía y tuvo que acudir a caja. Al parecer, algunas flores –porque también vendían flores ese día, cómo no– estaban desperdigadas por el suelo y había que colocarlas en sus maceteros correspondientes.

Por eso esperaba con la carita empapada que llegaras con rosas.

Con mil rosas para mí.

Porque ya sabes que me encantan esas cosas.

Que no importa si es muy tonto, soy así.

El peli-verde suspiró. Tenía un trabajo de mierda, pero mucho mejor que el anterior.

Tenía un trabajo de mierda, sí, pero tampoco valía para nada más. Era un muerto de hambre, un chaval sin oficio ni beneficio. ¿A qué iba a aspirar en la vida? Tenía los estudios obligatorios básicos, y había tenido que sacárselos siendo ya adulto porque de crío era incapaz de aprender nada. Con ese currículum, no podía llegar muy lejos.

RosasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora