Capítulo 24 - Descanso

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Fruncí el ceño en cuanto la alarma sonó

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Fruncí el ceño en cuanto la alarma sonó. El sol, que de seguro llevaba horas dándome de pleno en la cara, había empezado a molestarme justo en ese momento. A través de mis párpados pasaba demasiada luz y mis pupilas empezaban a quejarse, haciéndome abrir los ojos con dificultad y apagar la alarma de un manotazo.

Noté entonces que las sábanas rozaban de forma directa con mi piel. Suaves, protegiéndome del terrible frío que se había instalado en mi cuarto. Mi corazón se aceleró durante el segundo y medio que tardé en asimilar el motivo.

Estaba en el lado derecho de la cama, enredada en las sábanas. Lo último que recordaba era a la rubia en el izquierdo. Quizás aún no se había despertado con la alarma, esperaba que no. Me di la vuelta con mucho cuidado.

No sabía qué debía decir, qué debía hacer, cómo reaccionaría ella al ser consciente de las decisiones que había tomado el día anterior. Aunque sabía que ella no había bebido, no podía evitar pensar que el cerebro funciona muy diferente en la mañana y en la noche.

Poco a poco, fui girando mi cuerpo hacia la izquierda con mucha delicadeza. Aparté las sábanas para que no me aprisionaran en una especie de burrito y, fue entonces, al llevar finalmente mi cabeza a la izquierda del todo, que vi el otro lado de la cama totalmente vacío. Bufé. Menuda pérdida de tiempo.

¿Y si lo había soñado?  Realmente todo lo sucedido me parecía surrealista. Sacudí la cabeza y me senté al filo de la cama. Las sábanas se escurrieron por mi piel. ¿Por qué estaría sin ropa entonces? ¿Se había ido sin más?

Me levanté y fui directamente hacia el armario, cogiendo algún pantalón de chándal y una camiseta básica que fueran suficientemente cómodas para pasar un día tirada en el sofá preguntándome cosas y cuestionando mis decisiones vitales. Busqué una sudadera ancha entre las partes de arriba y, una vez la encontré, la tiré sobre la cama para dirigirme al baño.

Me lavé la cara y los dientes, desenredé mi pelo y me acerqué al espejo para echarme un poco de crema desmaquillante que me hiciera, por lo menos, dejar de parecer un mapache. La guardé de nuevo en el primer cajón, dirigiéndome de nuevo a la habitación y chocando de frente con Alexia.

Sus brazos me sujetaron, evitando que de la impresión me chocara con algún mueble. Me miró con timidez y me soltó sin decir nada. Pestañeé varias veces, tratando de situarla allí, en mi habitación, conmigo.

—Pensaba que te habías ido —pronuncié tratando de no tartamudear.

Alexia abrió la boca queriendo decir algo y luego la cerró. Extendió entonces los brazos ayudándome a ponerme la sudadera que traía en las manos.

—Lo siento mucho —Se disculpó sinceramente—. Ya me iba.

—No —dije, agarrándola del brazo antes de que saliera del baño—. Me alegro de que no haya sido así.

Sonreí y la rubia me devolvió la sonrisa.

—Menos mal. Estaba pensando en cómo deshacerme del desayuno — rio.

Sería capaz de renunciar a todo - Alexia PutellasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora