Capítulo XVII

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Al fondo de su mente, en una bruma espesa e insondable, se dejó guiar por un suave tarareo, una melodía que recordaba de buenos tiempos lejanos y que evocaban en él una sensación de nostalgia arrolladora. Al terminar de ubicar la memoria, abrió los ojos de par en par y se sentó. Un paño empapado cayó de su cara y el tarareo se extinguió con un jadeo de sorpresa.

Un nombre murió en sus labios al percatarse de que le dolía la mandíbula, las mejillas, todo el rostro. Un dolor punzante lo atravesó en el costado y se palpó el vendaje alrededor del torso. Se palpó la ligera deformación en la costilla derecha.

Luego, posó las pupilas en la joven que se había alejado hasta el pie de la cama, observándolo con una pizca de temor. Tenía las manos salpicadas con agua sobre el regazo, estrujándoselas. Pasó los ojos rápidamente por la habitación —no, celda—, la recordó de cuando iba a visitar a Eren y a Mikasa luego de que los encerraran por insubordinación. Estaban en Mitras, en los calabozos y no supo decidirse por extrañar el peculiar aroma húmedo que tenían los sitios subterráneos de Paradis, pese a que siempre estaban particularmente activos, o no.

Luego, volvió a fijarse en la chica. Por la palidez enferma de su piel y su delgadez, pese al paso de los años, pudo reconocer que pertenecía a la Ciudad Subterránea. Tenía los ojos de algún tono oscuro que no podía dilucidar por la escasa luz del candil. Olía a queroseno entremezclado con la humedad.

Intentó hablar de nuevo, pero ella agitó la cabeza, aún asustada, pero recobrándose de a poco, como si de repente recordara sus modales.

—No va a poder hablar —susurró—. Yelena lo golpeó en la cara un par de veces más luego de que perdiera el conocimiento, así que es preferible no forzar de más los músculos de la cara. Mi maestra me instruyó para que le colocara una pomada antinflamatoria y está con medicación, pero tardará un poco más en sentirse mejor.

Armin cerró la boca, detestando el sabor pastoso y el dolor que le provocaba solo mover la mandíbula.

—Es una suerte que solo le haya sacado un tercer molar —dijo la chica, más tranquila al no considerarlo una amenaza—. ¡Ah! Y tiene una costilla fisurada, casi rota, aunque debe seguir en observación porque hay algunos hematomas raros... ¡Ah! —Cada vez que recordaba algo, su mirada se iluminaba y a Armin le causó un poco de gracia—. Ha estado inconsciente como dos días. Es difícil contarlos aquí abajo.

Armin curvó una ceja, agradecido de que al menos ese gesto no le doliera.

—He estado cuidándolo desde entonces. Los médicos lo vieron bajo las órdenes de la Reina y decidieron que me tendría que quedar. Aunque no me molesta, prefiero estar aquí que arriba haciéndoles de sirvienta cuando saben que quiero ser doctora, también...

Armin meneó la cabeza y, de algún modo, se las ingenió para preguntarle su nombre.

—Uhm... —Lo dudó unos segundos y luego se encogió de hombros—. Soy Gisela, señor Arlert.

Armin hizo una mueca que esperó que se viera amigable y extendió la mano. Ella la estrechó con dubitación. Luego, Armin se acostó en el catre y dejó que ella le volviera a colocar el trapo con agua fría en la mandíbula, lo que alivio un poco el malestar.

Volvió a cerrar los ojos. No supo por qué, pero en el mundo onírico revivió un día tranquilo, de esos soleados, pero con suficiente viento como para que las nubes eclipsaran momentáneamente el inclemente sol. Estaba con Eren y Mikasa bajo la sombra de su árbol, el que ya no recordaba si permanecía, imperturbable, en Shiganshina. Eren hablaba, con el entusiasmo brillando en sus pupilas, no lo escuchaba, pero se podía figurar que era sobre sus sueños, del que compartían, de ir al otro lado de la muralla, hacia el océano, y descubrir lo que el mundo en los libros de Armin prometía. Sin embargo, Armin no podía compartir su emoción, porque su rostro empezaba a difuminarse en su memoria, después de todo, los años en los que no podría volver a verlo no hacían más que sumarse, mientras Eren permanecía eternamente de 19 años. Lo aterrorizaba el día en el que apenas pudiera recordar el color de sus ojos y cómo su sonrisa se ensanchaba, o cómo su expresión adoptaba matices serios, o que no pudiera rememorar la promesa que se hicieron.

Un sitio seguro || Armin Arlert x ReaderDonde viven las historias. Descúbrelo ahora