Ocho| Café

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Llevaba un buen rato sentado detrás del mostrador mirando a la nada

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Llevaba un buen rato sentado detrás del mostrador mirando a la nada. Había que abrir la tienda, pero los nervios por saber que pasaría me comían vivo.

¿Ella vendrá?, ¿que me dirá?, ¿cómo será todo ahora?.

Habían pasado tantas cosas en tan poco tiempo, que ni siquiera había tenido el tiempo de asimilar todo lo que me pasaba con Natsumi.

Habíamos estado a punto de besarnos. Y mierda, quería hacerlo, deseaba probar esos labios carnosos mas que cualquier otra cosa en el mundo.

Me había pasado ese fin de semana con su imagen en mi cabeza. Había estado a punto de decirle lo que me pasaba por teléfono en una crisis de sinceridad por temor a no volver a verla. Y no podía evitar compararme con su novio.

Era rubio, bien parecido y rico. Todo lo opuesto a lo que yo era.

¿Como podría competir contra él?, ¿que podía ofrecerle yo a alguien como Natsumi?. Eramos como la dama y el vagabundo, no, éramos la dama y el pandillero.

Mentiría al decir que mi cuerpo no tembló como gelatina al ver su auto de último modelo estacionarse en el exterior de la tienda, los vidrios tintados me impedían verla, pero podía sentir sus ojos en mí a través de los cristales que creaban una barrera entre nosotros.

Suspiré y dejé el café que había ido a comprar hace algunos minutos a la tienda de la esquina, a modo de ofrenda de paz. No podía esperarla con las manos vacías, y en cualquier caso, ese café me serviría de excusa para poder decirle algo, lo que fuera.

Sentí que el tiempo que había tardado entre que se había estacionado hasta que su anatomía cruzó la puerta de la tienda había sido eterno. Era una mañana fría, y se veía extremadamente tierna usando un abrigo que llegaba hasta sus muslos, con jeans negros ajustados a esas impresionantes caderas y una boina a juego. Derrochaba clase y elegancia como por don natural.

—Hola... —dije tímidamente levantándome del asiento para entregarle el vaso de líquido caliente—. Compré esto para ti, ya sabes, por si sirve como una disculpa.

Me miró con la mirada mas dulce que alguien me haya dedicado alguna vez en toda mi vida. Y por como los latidos de mi corazón se aceleraron al verla, pude comprender lo crítica que era mi condición.

—Hola Shin... —respondió recibiéndome el café, haciendo una pausa en la que de seguro pensó que palabras decir, yo estaba preparado para lo peor—. Yo, quería disculparme contigo por ser una tonta...

Mi corazón se removió un poco, sobre todo porque al terminar esa frase me miró con un puchero. Sus expresiones la hacían ver tan linda.

—No pensemos en eso, Nat —le dije, picándole la mejilla suavemente con mi dedo indice, dejando una marca negra de grasa de motor en la piel blanquecina. Se rió suavemente y comenzó a beber el café.

Lavender Haze; Shinichiro SanoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora