Más que frustrada estaba molesta.
¿Le costaba mucho atender una de las diez llamadas que le había hecho?, vale podría haber estado trabajando o estaba ocupado, u ocupada, con algún asunto familia. Era una buena opción ya no tenía ni idea de quién demonios era el dueño, o dueña, de Euler. Lo que no tenía sentido era que no hubiera dado una sola señal de vida.
Toda la tarde estuve mirando mi celular a la espera de que llegara una llamada o incluso una respuesta al mensaje que le había enviado a las tres de la tarde cuando no obtuve respuesta. Nada. Ni una puta señal de vida.
¿Y si hubiera sido una emergencia con Euler?, lo más seguro es que el pobre hubiera muerto antes de que apareciera su dueño.
—¿No quieres decirme dónde vives?—le pregunté al gato, acostado cómodamente sobre mis piernas—, te lo recompensaría.
Tampoco esperaba una respuesta.
Me froté el rostro y me acomodé de nuevo, ganándome las quejas de Euler al ser interrumpido en su precioso sueño, para mirar la laptop sobre el comedor donde llevaba toda la tarde. Tenía el último manuscrito en el correo así que, después de insultar a quien fuera que tenía un maldito celular solo como pisapapeles, me había pasado las hora intentando corregir el primer capítulo sin querer apuñalarme al terminar.
Había fracasado épicamente.
No tenía ni idea de que estaba haciendo mal para no sentirme a gusto con ninguna idea para ese manuscrito y, como no tenía el intento de borrador del segundo tomo que tenía pendiente porque estaba en el usb, hice lo que me gustaba hacer cuando me sentía miserable: fingir que no tenía ningún problema metiéndome a sus redes.
Más que un método para auto torturarme, era también para darme cuenta que poco a poco había ido dejando atrás todos esos sentimientos a los que me había aferrado desde hace más de un año. El dolor, la amargura, el odio, la traición e incluso la tristeza de que todo lo que tenía, todas mis ilusiones, se habían desvanecido solo en un momento.
Abrí una nueva pestaña en la laptop para abrir Instagram, ignoré la cantidad de mensajes y notificaciones que esperaban a que me dignara a prestarles atención y abrí el buscador para encontrar los dos perfiles que ojeaba de tanto en tanto. Al principio más por rabia que por otra cosa, pero después de un año de procesar lo que me habían hecho, de superarlo, era por pura curiosidad.
Primero miré el de él. Richard Hackett.
Solo había publicado un par de fotos desde la última vez que había visto su perfil, la mayoría relacionadas con los libros que había publicado y que según veía se habían vendido bastante bien. Seguía viéndose justo como ese primer día, cuando lo conocía, con sus ojos oscuros brillantes, su sonrisa torcida, su cabello castaño hasta la altura de sus hombros y vistiendo entre lo formal y lo casual.
Recordaba con claridad esa noche en que lo vi por primera vez, en un bar si éramos más específicos, había ido con Collin para celebrar mi primer contrato con la editorial y estaba tan emocionada que no quería pellizcarme por temor a que fuera un sueño. Collin tuvo que salir para atender una llamada y yo me había quedado ojeando el lugar con una cerveza en la mano hasta que él se sentó frente a mí como si nos conociéramos de toda la vida.
El sonido de una llamada me sacó de golpe del recuerdo de aquel bar con decoración del viejo oeste. Miré la pantalla para ver un número que no tenía registrado y, dado que nadie me llamaba, no necesité ni un segundo para saber que se trataba del dueño, o dueña, de Euler.
Hasta que por fin.
Hice a un lado la laptop y atendí la llamada antes de que se cortara.
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Cuantos problemas
RomanceKeyla Hill tiene seis meses para escribir una nueva historia antes de que se cumpla el contrato con la editorial y se siente frustrada porque su editor no ha pasado el primer manuscrito que le envío sin importar cuántas correcciones haga. Tiene todo...