EXTRA: Nieve en agosto

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«But I can see us lost in the memory
August slipped away into a moment in time
'Cause it was never mine»


AUGUSTINE LAVREY.

Lo último que supe de Zephir fue que se mudó con Shered a un pequeño departamento en el este de la ciudad. Y bien por ellas, supongo.

Creo que lo mejor para nuestro antiguo "grupo de amigas" fue separarnos de por vida. Hay veces en que las personas son perfectas para la otra en una etapa de sus vidas, pero podrían ser los peores enemigos en otro porque las personas en las que se van convirtiendo chocan entre sí, como quiero creer que fue el caso de mi amistad con Amelié.

Nunca hablé y probablemente nadie nunca me vio como una víctima en lo que ocurrió, pero descubrir que la única amiga que hice en toda la vida era una arpía manipuladora que solo buscaba un lazo romántico conmigo fue un golpe bajo.

Incluso llego a creer que Amelié nunca estuvo enamorada de mí, sino que se obsesionó con lo que creyó no poder tener, si Zephir hubiera esperado un poco más se iba a dar cuenta de lo mucho que Ame odiaba perder, aun si lo perdido era una persona, no dudo que la haya querido a su manera aunque eso fuera después de terminar.

Sé a la perfección por qué sugirió hacer ese juego cuando la vio llegar, supo que esa chica de rizos oscuros y personalidad dulce era alguien a quien respetar incluso desde el segundo uno sin saber que era una princesa. Es de los escasos puntos donde coincidimos, si me lo preguntaran, diría que ella es la única persona que no ve su potencial.

Zephir hablaba en nombre de la libertad sin tenerla, es alguien que no cree en su potencial de enamorar a los demás incluso hasta el día de hoy. Lo cual me parecerá irónico hasta el final porque era absurdamente claro que yo estaba más que perdida de amor en sus ojos. Lo estuve por mucho tiempo.

Diría que lo estuve desde que empezamos a hablar, se aclaró cuando me atreví a besarla en el caminerito de aquel concierto. En esa historia aprendí tres cosas importantes que me acompañarán siempre.

1. Me gustan las chicas.

2. Tengo una suerte LAMENTABLE en el amor.

3. Hay personas que tienen segundas oportunidades y hay quienes no tienen ni una. Por eso si alguna vez tengo una sola, debo aferrarme a ella, sea lo que sea.

Por eso cuando empecé a practicar para jugar en el equipo nacional no me detuve hasta ser la capitana. Luego no dejé de insistir hasta llegar a la final del torneo. No desperdicié la oportunidad de llegar a la final, la gané.

Tomé cada trabajo de promoción, jugué cada partido en donde mi cuerpo respondió y en los que no también, hice los viajes necesarios, los sacrificios necesarios.

Si había oportunidad de que rompiera récords, de que hiciera historia, de conseguir aquello con lo que ni siquiera soñaba, entonces el camino ya estaba hecho. Troté por encima de mis metas como si fuera pan comida, no me quejé ni un segundo, tampoco me lamenté por lo que pudo haber sido antes.

¿A dónde me llevó eso?

—Ya no nos queda espacio en donde guardar trofeos —comentó Nerea desde el otro lado del teléfono—. Regresa de esquiar pronto, la periodista llegará en cualquier momento.

—Me siento como una celebridad. —dije a modo de burla al bajar mis gafas.

—A ver, solo eres la figura femenina más importante del deporte de los últimos quinientos años, nada relevante —me devolvió el sarcasmo—. Estoy orgullosa de ti August, gracias por dejarme representarte.

—Bueno, me conseguiste un documental, no puedo quejarme.

—El documental llegó solo, el premio lo ganaste tú. Tu equipo y tú ¡Oh! Ya llegó, te dejo, regresa pronto que tengo que ir a una cita hoy con ya sabes quién.

—Estaré ahí en veinte, dile a Genna que haga algo productivo una vez en su vida y la entretenga —reí—. Ya voy, adiós. Suerte Nere.

Corté.

Me puse tantos abrigos que apenas puedo moverme, el frío no me termina de convencer, ajusté el seguro de mis esquís, compré un casco rosa que fuera con el resto de mi outfit. Me sentía linda ese día, tuve el presentimiento de que algo bueno iba a suceder por lo que tomé con fuerza mis bastones y me dispuse a bajar la montaña.

Al menos hasta la mitad donde los árboles cubrían la luz del camino.

Sí. Eso iba a hacer. Deslizarme sobre la suave nieve.

Eso es lo último que recuerdo antes de una gran piedra cubierta de blanco se entrometiera en mi camino y uno de los bastones saliera volando. Odio sentir la nieve en mi piel, no tanto como odié sentirla en mi boca, en mis orejas, cubriendo mis extremidades y tragándome en una estrepitosa bajada desde la cima de la montaña más alta del continente.

Es divertido, ¿No? Como a veces creemos que tenemos todo un mundo por delante cuando en realidad, todo lo que nos queda es una violenta caída. Es divertido porque cuando experimentas los que pudieran ser tus últimos segundos de vida no piensas en las oportunidades que perdiste, no piensas en tus amores fallidos e inclusive tampoco piensas en tu familia.

No piensas en nada, más que en el miedo paralizante de que ese pudiera ser tu momento final. No, no era justo, tenía aún tantos planes por hacer y metas por cumplir que en ese instante parecieron insignificantes.

¿Qué se supone que uno debe pensar cuando la muerte le acaricia la mejilla?

La cruda realidad es que simplemente dejé que sucediera.

Por lo cual fue un tanto decepcionante abrir los ojos otra vez en aquella cama de hospital.

Siempre fui una persona egoísta, insensible, prepotente y descuidada, ¿Por qué la vida me daría una segunda oportunidad justo a mí?

Una joven vestida de blanco se acercó apenas despegué mis parpados.

—Señorita Lavrey, ¿Puede oírme?

S**. PROXIMAMENTE. 

Si ellas quisieranDonde viven las historias. Descúbrelo ahora