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París, me repito a mí misma mientras subo por la calle Preciados hacia Callao, seguro que no va a pasar nada. Seguro que todo va a salir genial. Seguro que todo va a salir genial. Seguro...

Estoy increíblemente nerviosa en este momento, en serio. Creo que no os podríais hacer una idea de cómo estoy. La verdad es que no debería estarlo, pero, ¡para qué vamos a mentir!

Todo irá bien. O eso espero... Me he pasado más de media hora eligiendo qué me iba a poner. (Al final he optado por unos pantalones negros altos y una camiseta blanca. Algo sencillo, pero no creo que me tenga que arreglar mucho. Tampoco me he puesto demasiado maquillaje, solo lo mínimo para que quede natural y un labial rojo).

¿Será guapo? ¿Será feo? Será... Cómo será.

Y es que, lo podáis creer o no, no lo he visto nunca. Puede que os suene raro que en el siglo XXI alguien no se fije en las apariencias, pero es verdad. Paso. Pero... por otra parte... me pica mucho la curiosidad. Dios, estoy hecha un lío.

¿Por qué no le dije más veces que teníamos que hablar por la cam? Bueno, ya da igual.

Doblo la esquina para llegar a la plaza de Callao y me dirijo al Starbucks. Me tiemblan las manos cuando cojo el teléfono móvil y escribo:

«Estoy en la puerta del Starbucks de Callao».

«OK, estoy ahí en un minuto», escribe él, acompañado de un pulgar hacia arriba.

Reconozco que es un poco patético eso de «conocer a tu media naranja por internet», pero... no sé. No tenía ganas de hacer nada ni quedar con absolutamente nadie, solo quería quedarme en casa comiendo helado. Me acababan de dejar ¡por teléfono! Ese capullo cuyo nombre ni siquiera voy a deciros me había dejado y... no estaba muy bien. Llevábamos medio año juntos y me había dejado por teléfono, ¡increíble!

La cosa es que tenía el ordenador a mano y... en fin. Cogí ese maldito HP y me metí en un chat para encontrar pareja. Puse la opción «chica busca chico» y le di a enter.

Y ahí estaba él.

Mi móvil comienza a sonar en mis pantalones, y veo que es él. Vale, tranquilízate y responde de una manera normal.

—¿Sí?

—¿Dónde estás? —pregunta. Su voz es grave pero dulce. Escucharla hace que se me acelere el pulso levemente.

—Estoy en la puerta.

—Eres... ¿eres esa chica a la que le quedan tan bien esos pantalones negros?

—Supongo —respondo sonriendo.

La verdad es que no sé cómo ha sabido quién era yo; hay muchísima gente por aquí. La verdad es que quedar un sábado a hora punta no es la mejor idea, pero no había otra.

Veo como una figura viene hacia mí, y sé que es él.

Los días pasaban uno tras otro, y yo lo único de lo que dependía era de él.

Necesitaba hablar con él todos los días, y, en cierto sentido, supongo que él también lo necesitaba. Recuerdo que teníamos una especie de «horario». De lunes a jueves a las 19.00, y los fines de semanas cuando nos encontrásemos.

Hablábamos de tantos temas y es tan imposible de sintetizar... Aunque recuerdo que un día salió el tema de la cam.

—¿Seguro que no quieres poner la cam? —pregunté.

—No —tecleó.

—¿Por qué?

—Quiero que la primera vez que nos veamos sea en la realidad, y no aquí, y quiero que sea más especial que esto. Esto no es especial, París.

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⏰ Última actualización: Jul 06, 2015 ⏰

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