El verano llegó, con sus abrasadoras tardes en que el sol no perdona y el viento tiene vedada su circulación, por lo que la atmósfera se transforma en un objeto tangible, que invade todo alrededor y consume la humedad de aquello que intente mantenerla. Y en ese clima, Frederion continúa su viaje. Esta vez no material, sino por los caminos de más allá. Basta una parada para darse cuenta que, aún en este salvaje tiempo, algo bueno hay. Pues es mediante el fuego del clima donde el agua de la sabiduría retrospectiva permite calmar la mente agitada y volverla comprensible aún sin una claridad evidente. Porque si bien las mañanas y tardes y noches se suceden en un ciclo que parece no ceder ventaja a días fríos, es ese flujo constante el que finalmente dará paso al fin del verano. Eso implica que hay una clave: no esperar el cambio. No es anhelar ni desesperar. Es simplemente ser constante, ya que es el único generador del cambio real, de aquel que de un tiempo a otra parte nos plantea ya otra situación. Y suena razonable, pues el mismo pensador se ve pensado y encuentra que cada vez que se le plantea una decisión, ve en realidad que ya la ha tomado. Ve que no hay escapatoria de ese destino planteado a priori o posteriori. De hecho ni siquiera de la Constante hay forma de variar.
Y entender eso, ojalá comprender, está fuera del alcance de alguien que está más allá del presente. Es un experimento sin experimentador. Y aún a riesgo de que éste último altere al primero, es un pequeño precio a pagar a cambio de saber que no es el control lo primordial, sino que es no tenerlo. Ya que al no tenerlo, la responsabilidad da paso al camino que tanto se busca pero que nos evade si se intenta demarcar. No hay tal. No hay marcas, únicamente la intuición de una aproximación. Y eso basta cuando se puede sentir desde dónde viene el viento, y para qué ha venido: refrescar. Así, Frederion encuentra exactamente lo que vino a buscar. Bajo el más impío rayo solar de la siesta de febrero, entrando y destruyendo cualquier profunda oscuridad de dudas, atravesando desde la cabeza hasta los pies, alcanzando el centro mismo del ser; un brevísimo y sin embargo lento chispazo se produce: refrescar. Refrescar la mente y el espíritu y el cuerpo. Darle alivio momentáneo que permita saborear el presente y así recordar con precisión absoluta algo: la Constante. Que lleva al cambio, porque así fue y será. Entonces está la consecuencia lógica y evidente y acérrima: todo cambiará. Al saber esto, Frederion sonríe. En febrero, el invierno ya ha comenzado a gestarse.
Y el viaje continúa.
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El viaje continúa
SpiritualFrederion encuentra frescura en el día más caluroso del verano.