34. Felicidad

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No puedo creer que esté haciendo esto, es lo que pienso mientras me alejo. Miro de reojo hacia atrás y lo veo hablando sonriente con Olivia. Entonces me doy cuenta de lo malo que es toda esta situación. Es como si de repente me pusiera en el papel de la engañada. El que tiene ella ahora.

No sé qué están pensando los dos, pero a pesar de todo, no se merece esto. Sé que a veces no es agradable y es algo esnobista, sin embargo, lo quiere. Eso me lleva a preguntarme si Gavin también.

¡Diablos!

Mi teléfono vibra dándome un susto, lo miro y es Cand. No vuelvo a mirar hacia atrás, todo esto es un embrollo. Contesto.

―¿Cómo fue todo? ¿Lo recibió?

Largo un suspiro.

―¿Dónde estás?

―Vamos, Elia.

―Se que has venido, Cand ―gruño las palabras y la escucho respirar fuerte.

―A tu derecha, en la acera.

Me vuelvo y allí está su auto. Sabía que vendría. Voy hacia allá mientras ella me dice: no te quedes callada y habla. Toco el vidrio de su ventana y cuando me ve pega un pequeño grito asustadizo que me hace exhalar aburrida. Destraba las puertas y subo.

―Sabía que no te aguantarías las ganas. Y para responderte, no lo recibió, pero se lo he dejado de todos modos.

―Hiciste bien.

―¿No has pensado enfrentarte a él?

―De que hablas Elia, ya te lo he dicho.

―Meditaste que fuiste tú la que terminó poniéndole el cuerno a Olivia con él. Si se enoja cuando te tiras a uno de sus amigos, no crees que se enojará más cuando sepa que te acostaste con él.

―Deja de decir locuras. Ambos vamos a echarle tierra a este asunto.

―¿Y hacer como si nada ocurrió?

―Elia deja de amargarme.

―Que le pasó a la chica que se decía todo terreno, ¿o solo estaba fingiendo para que no descubrieran su verdadero y frágil yo?

―¿Ahora eres psicóloga?

―No, soy tu amiga, y como siempre me dices las cosas claras así me duelan, yo también estoy en el derecho de decírtelas ―respondo con tono firme.

Ella larga un hondo suspiro, parece frustrada.

―Bien, tal vez lo haga, pero no se trata solo de mí.

―¿Gav te dijo algo que derritió tu corazón de hielo?

―Cielos Elia, no seas idiota.

―Creo que él puede hacer eso.

―Es un tonto.

―Habla con él y aclaren el asunto o nos amargará a todos. No quiero perderlos, a ninguno de los dos ―expongo y ella hace silencio.

Yo también y así nos quedamos un rato.

―¿Te llevo a casa? ―pregunta rompiendo el mutismo en el que nos habíamos quedado.

―No pude decirle a Bledel lo del sábado. No lo vi.

―Tal vez le duele algo.

―Creo que es por lo de anoche. A lo mejor fue grave.

―Vamos Elia, deja de ser tan trágica, pero me gusta eso de que te preocupas por él. Parece que por fin alguien ha abierto tu panorama.

―No sé cómo puedes burlarte.

Quiéreme por favorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora