| Capítulo 39 |

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Nunca pensé que Liam me haría caso en mi brote de querer ser otra persona. Ahí estaba yo, arrepentida de haberle dicho que me llevara a un lugar en el que perdiera la noción de quien soy por unos cuantos minutos.

Caminábamos por una de las calles del viejo Cartagena, me llevaba tomada de la mano y prácticamente me arrastraba entre la multitud.

Las calles estaban abarrotadas y había personas bailando en ellas y vi a unas cuantas parejas besándose. Eran bailes atrevidos, en los que sentías cada parte de tu ser y también de la otra persona. Bachata bailaban. Me solté de la mano de Liam, él no se dio cuenta y siguió caminando; yo me quedé parada entre los demás viendo como bailaban los que lo hacían. Habría querido con todo mi ser bailar así, pero tenía cero gracia para eso. Nunca fui buena para la cuestión de las artes, así que mejor me dediqué a hacer mejor en lo que realmente era buena. La ciencia.

Cuando menos pensé, sentí unas manos en mi cintura.

— ¿Quiere bailar aquí? —susurraron en mi oído

Me giré para ver quién era, Liam. Negué con la cabeza.

— ¿Ahí? ¿Con ellos? —los señalé disimuladamente —Solo daría vergüenza. Soy pésima bailando en pareja.

—Solo tiene que sentir el ritmo de la música y dejar que la otra persona la guié.

—Creo que ese es el problema. Prefiero solo brincar y decir que eso es bailar.

Sonrió.

—Cierre los ojos—indicó.

Eso hice, sentí como me giró, me tomó nuevamente de la cintura.

—Escuche la música y deje que la guie—seguí el ritmo que él marcaba con su cuerpo, así fue por unos segundos, hasta que abrí los ojos y vi como estábamos bailando al mismo compás, tomó mi mano, me giró y seguimos bailando con el mismo ritmo, hasta que yo decidí parar.

—Creo que deberíamos seguir caminando para llegar al lugar, porque sé que aquí no es.

—Tiene toda la razón.

Me tomó de la mano y caminamos entre la multitud. Llegamos a un lugar, algo pequeño y sin mesas. Las personas no hacían nada más que bailar, al fondo entre tantas personas pude notar una barra, que era atendida por una mujer de cabello castaño y sonrisa amable. En cuanto pusimos el primer pie en el lugar me dio una vuelta y comenzamos a bailar, me tomó fuertemente de la cintura, me atrajo hacia él y nuestros movimientos fueron uno solo. Estábamos tan cerca el uno del otro que prácticamente podía sentir los latidos de su corazón y escuchar su acelerada respiración. Esperaba que él no pudiera escuchar los míos, porque al igual que mis pensamientos, eran un desastre. Me tomó de la cintura, me acercó todavía más, dejó su mano izquierda ahí y recorrió con su mano derecha mi cuerpo desde la cintura hasta mi cuello, subió un poco más, llegando a mi mejilla derecha, con su dedo índice se abrió camino hasta mi boca, tocando mi labio inferior.

—Hazlo, sé lo que estás pensando. Nadie nos conoce aquí y aunque alguien nos conociera, entre la multitud nadie nos vería.

Sin pensarlo más me besó. Fue un beso cargado de pasión, lujuria, por lo que habíamos estado haciendo, bailar, pero no fue cualquier baile. En ese momento me sentí como los chicos que salen al principio de la película Dirty Dancing, cuando baby llega a la fiesta con las sandías.

Sonreí al dejar de besarnos, pero con ese beso algo en mí se encendió, algo que estuvo dormido por mucho tiempo. Algo que nunca creí que se encendería en mí.

Bailamos hasta no poder más. Las horas pasaron sin darnos cuenta. Llegué a la barra a pedir dos botellas con agua, debido a que ninguno de los dos quería beber en esos momentos. Liam tenía que manejar y yo quería estar en mis cinco sentidos todo el tiempo.

Ambos accedimos a irnos, estuvimos a punto de salir del sitio cuando pusieron Man i feel like a woman. Me encantaba esa canción, me traía muy buenos recuerdos. Baile hasta más no poder, brinque, canté la letra, en realidad, la grité. Solo veía como todas las chicas del lugar hacían lo mismo que yo. Era un himno para nosotras. Liam solo me miraba, como sorprendido, por todo lo que estaba haciendo. Sonrió y luego rió. Negó con la cabeza un par de veces y asintió otro par.

—Bien, ahora podemos irnos—le dije cuando terminó la canción. Lo tomé de la mano y lo jalé hacia la salida.

Al salir el viento fresco de una noche en Cartagena nos golpeó la cara. Fue un golpe de realidad. Las calles, a pesar de ser de madrugada, estaban concurridas de personas que salían de lugares, como en el que estábamos nosotros, instantes atrás. Parejas tomadas de la mano o dándose muestras de amor en público. Caminábamos uno al lado del otro, sueltos. De pronto, me tomó de la mano, lo miré y sonreí.

— ¿Te dio envidia ver a los demás, piloto engreído?

Rió

— ¿YO? — su tono fue sarcástico—Yo no quiero eso, yo tengo algo mejor—me tomó de la mejilla. Me detuve, lentamente pasó su mano a la comisura de mis labios—la tengo a usted—me besó. Pasé mis manos por detrás de su cuello y lo atraje más hacia mí. Me tomó de la cintura, pasó sus manos por debajo de mi blusa, tocando la parte baja de mi espalda. El cambio de temperatura hizo reacción con mi cuerpo, todos los vellos en mí se erizaron, sentí la piel de gallina y él se dio cuenta de ello cuando comencé a reírme.

—Será mejor que nos vayamos a casa—dije

—Estoy totalmente de acuerdo.

Cuando llegamos a casa nos tomamos nuestro tiempo para bajarnos del coche. No quería que la salida terminara aún. Fue una de las mejores noches de mi vida, me divertí bastante, como nunca lo había hecho antes. Nos quedamos estáticos, ambos mirando para el frente. Liam con las manos al volante y yo con las manos en mi regazo.

—Gracias por hacer esto. De verdad.

—No tienes porque agradecer. Lo volvería a hacer sin pensarlo—se giró para verme. Tomó mi mejilla y sonrió.

—Fue una de las mejores noches de mi vida.

—En ese caso, podríamos repetirlas todas las noches.

—Alto ahí, pequeño saltamontes. No puedo estar saliendo todas las noches, tengo una vida adulta que enfrentar y esto solo me sirvió de escape—hice una pausa, solté una respiración sostenida— de lo que pasó y de lo que pasará.

— ¿Le han dicho algo acerca de ello?

Negué con la cabeza.

—Creo que será mejor subir a nuestros departamentos.

Él asintió.

Bajamos y caminamos hasta el elevador. Íbamos en completo silencio, Pero no fue para nada incómodo. En ese momento creí que era lo mejor, porque ambos no queríamos seguir con esa conversación, aunque más tarde que temprano, la tendríamos, porque en un par de días, mis jefes me dirían su decisión. Llegamos a nuestro piso.

—Bien—dijo deteniéndose en mi puerta—creo que aquí termina la noche.

—Lo mismo digo—abrí la puerta, pasé. Él se paró un poco más cerca de mí—Buenas noches, piloto engreído.

—Buenas noches, doctora bacterias.

—Buenas noches, doctora bacterias

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Nuestras mañanas de marzoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora