Lila, la flor

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La sabia le había dicho que escuchara las palabras que el líder humano le tenía que decir, pero nunca imaginó una propuesta así de humanos: un matrimonio para establecer la paz. Por muy común que fuera entre otras tribus orcas y tal vez entre humanos, nunca se pensó esto como algo entre estas dos razas. Sin embargo, él decidió escuchar de todos modos: los humanos cesarán las incursiones hostiles por tierras libres, mientras le aseguren a ellos un paso comercial seguro hasta los reinos del Este, compensarán el daño a las tribus aportando recursos y hasta conocimientos y liberarán a todos los esclavos orcos y todo eso sellado en un matrimonio entre dos miembros de ambos bandos.

Makhal no era estúpido, sabía que esta guerra no iba a traer más bien a su gente que lo que misma invasión humana había, pero entendía la rabia de sus antecesores, el deseo de vengar a los niños secuestrados y esclavizados, a los que fueron tomados por sus magos y los usaron para experimentar... Parecía un terrible insulto querer reparar eso con un par de propuestas y una mujer como moneda de cambio que ni siquiera sabía si podría ser capaz de darle hijos... Pero Makhal sabía que los humanos tenían algo que su gente necesitaba: y eso eran sus conocimientos. Hace unos años, llegó enfermedad que azotaba a los recién nacidos y estaba más allá de lo que chamanes y sabios podían tratar. Esta decisión le dolía, y podría enfurecer a su gente, pero era más importante concentrarse en ayudar a los que estaban presentes que vengar a los que se habían ido. Y con ese pensamiento presente en su cabeza, aceptó con un par de condiciones extra: un grupo de humanos que se dedicaran a investigar la enfermedad, y tendría que él mismo aprobar a la futura esposa y seguir las tradiciones que marcaban un matrimonio para los orcos. Fue así como, al día siguiente fue conducido en una tienda de campaña para conocer a la candidata y esperó pacientemente hasta recibir la señal de Malga de poder pasar.

Hela ahí su futura novia. Lo que le presentaron fue una mujer no tan humana como esperaría. Makhal había visto pocas mujeres humanas, casi siempre guerreras de formas duras, capaces de alzar mandobles y hasta partirle la cara a sus propios soldados, y otras pocas veces eran escuálidas magas, casi insípidas, pero el caso era que sus colores eran siempre humanos: pieles pálidas o del color de la tierra, cabellos del trigo, la madera, el fuego o la noche. Esta era fuera de todo lo que imaginaba Makhal: piel del color del tinte de moras, cabello blanco como la nieve, clara herencia de otra estirpe, y sus formas mostraban que tenía un buen de carne blanda encima a pesar de que sus ropas la cubrían de los pies hasta el cuello. Aunque hubiera esperado una mujer grande y fuerte como preferencia, no le molestaba lo que vio, eso sí era por lo menos tres cabezas más baja.

Inevitablemente, sus vistas se encontraron. La cara de ella no estaba marcada por la ira o el miedo, cualquier emoción que ella pudiera tener, estaba bien oculta, lo cual fue otra sorpresa que se le hizo más grata de lo que le gustaría admitir. Sus ojos eran dispares: uno era como una gema pálida y el otro una ventana a la oscuridad misma. No quiso reparar más en ellos y ocultando su genuina curiosidad bajo un aire escrutador, se acercó a ella de repente y con paso firme para inspeccionarla de cerca. La sabia ya le había dicho que era una mujer sana: todos sus dientes, sin enfermedades visibles, todo aparentemente bien puesto en su sitio, pero él simplemente quería verla de cerca. En efecto, era tan corta que su coronilla apenas alcanzaba la mitad del torso de él y tuvo que apoyar una rodilla al suelo para mitigar la diferencia de altura. Lo primero que hizo fue tocar su cabello: más suave que agua fresca de un riachuelo, al moverlo llegó a su nariz un sutil aroma floral y acercó un mechón grande para olerlo de cerca. Fue al final otra cosa que agregar a la lista de cosas que aprobó. No quería que se hiciera evidente que le agradaba casi todo hasta ahora y soltó el mechón para agarrar su cara; la mano de Makhal era tan grande que podría tomar toda su cabeza y probablemente aplastar sin mucho esfuerzo, pero no pretendía eso, en cambio usó solo sus dedos para alzar su cara y girarla, ella dejó escapar un gemido de impresión que le provocó una sensación inesperada que prefirió ignorar. Nuevamente, el tacto era suave y blando, parecía piel nueva, aunque unas pocas marcas se podían ver y sentir, como era natural, y tuvo que resistirse a la tentación de apreciar ese tacto por mucho más tiempo.

La Flor de MakhalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora