El joven se acercó a la orilla del mar dando tumbos, se arrodilló, y rompió en llanto. Se trataba de un muchacho inexpresivo, nunca había mostrado el más mínimo ápice de sentimiento, pero esta vez era completamente distinto.
El susurro de las olas y el reflejo de las estrellas en el agua cristalina le mantenía en calma.
Es curioso que ni siquiera el propio joven fuera capaz de enmendar los problemas que le llevaron a romper en llanto, es curioso que ninguna persona haya sido capaz de conquistar la suficiente confianza para que él les pida ayuda. Sin embargo, el sentía una gran afinidad con el mar.
A veces, lo único que necesita una persona es o que le escuchen, o que les den su apoyo, o un abrazo. La brisa acariciaba el cuerpo del joven arropandolo, el sonido de las olas acariciaba sus oídos a modo de susurro alibiándole, al mirar al cielo y contemplar todos los astros que te recuerdan que nunca estás solo.
Los ojos del joven eran tan profundos como el océano, dejaban entrever un pasado doloroso, pero en cambio, su corazón, estaba reposado en calma, por que sabía que mientras tuviera el mar cerca, nunca estaría solo.