La curiosa sensación de melancolía, disgusto, vacío y turbación que le producía el establecimiento al que asistía era tan difícil de explicar. Siempre que quería aclarar las cosas con su propia persona, no podía. ¿La explicación? Ninguna, su ausencia le inquietaba. Por supuesto, tener que asistir a clases era una obligación para él. Tampoco es que la escuela le interesara, de hecho, en cierto punto de su vida, llegó a escaparse de las instalaciones con tal de alejarse de ese ambiente que tanto lo perturbaba, robando bicicletas y tirando piedras a pescadores. Apenas sus padres se enteraron, le dieron el regaño de su vida y le exigieron ir sin peros.
Sentado en su puesto, al fondo del salón, sin atreverse a dirigirle la palabra a nadie, Kouji, o Közi, como era apodado por el resto, se quejaba internamente por la mala calidad de su mesita. La escuela siempre le pareció, desde el primer día, tétrica. Construido hace sesenta años, allá por la década de los años cincuenta, nunca fue el epítome de la educación en Niigata, porque en definitiva, había lugares mejores. Con el paso de los años, algunas paredes terminaron cubiertas de moho, en los baños, abundaban insectos, causantes de la repulsión de cualquiera. La comida en la cafetería no era la mejor, y cuando anochecía, el edificio era capaz de inducir pesadillas hasta en el estudiante menos creyente en las historias de terror.
Közi nunca se caracterizó por creer en esas cosas, pero la escuela era tan aterradora y de mala muerte, que no le sorprendería escuchar sobre asesinatos o sucesos escalofriantes acontecidos por sus pasillos, salones abandonados de acceso prohibido, o en la cancha. Y lo odiaba, odiaba que de repente, el sitio le resultara escalofriante, puesto a qué se sentía como un niño pequeño.
No era un gran alumno, y sus notas eran motivo de decepción de sus padres, quiénes insistían en qué fuera más que ellos. Cuándo sus maestros le advirtieron que podía repetir el año, tomó otro rumbo, y comenzó a esforzarse, incluso en las materias que a su juicio, eran irrelevantes.
A veces, aborrecía tener que hacerlo. Estaba terminando un trabajo de artes, con el que podía subir parte de su promedio, y si había algo que lo sacaba de sus casillas, era manchar sus manos con pintura. Entregó todo lo requerido a su docente y le preguntó si podía ir al baño. El profesional aceptó y Közi, disgustado por la pintura entre sus dedos y palmas, salió del salón.
Cruzó el luengo pasillo que llevaba a los baños a paso lento, observando ese lúgubre túnel que de repente imaginaba sin un final, dónde tenebrosidades se extendían por este y la noche caía antes de tiempo. ¿Por qué le horrorizaba tanto caminarlo a solas? Era solo un corredor, a y sus lados había salones de clases. ¿Qué problema tenía? Aquella se presentaba como la otra interrogante cuya respuesta permanecía oculta entre los recovecos de sus miedos.
Llegó a los baños de hombres. Carecían de jabón y la mayor parte, por no decir siempre, estaban sucios. Lavó sus manos solo con agua, sin poder quitar cada mancha en su totalidad. De vez en cuando, miraba su reflejo en el espejo, tras su cuerpo, se apreciaban los cubículos en los baños. Uno de ellos, entreabierto, dejaba ver una particular figura.
Cerró la llave y escuchó una arcada, era terrible, como si la persona estuviera perdiendo sus órganos. Le siguió otra, mucho más corta. Evidente era que esa persona no se sentía bien, y Közi, piadoso, acudió en su ayuda. Abrió la puerta del cubículo, y lo primero que vieron sus ojos fue a una muchacha de cuclillas, sujetando la taza del baño y casi vomitando su alma. Llevaba el uniforme femenino de la institución, una indiscreta cualquiera en el baño proporcionado a los varones.
Lo primero que caviló fue que merendó algo de la cafetería que la indispuso. Los alimentos allí no eran de buena calidad o decentemente preparados, y que alguien resultara con complicaciones después de probarlos solía suceder cada cierto tiempo. Después, Közi creyó que podía estar embarazada, las chicas en ese estado vomitaban al igual que ella. ¿Podría ser? Por último, se le pasó por la cabeza que expulsaba la comida ingerida por un trastorno alimenticio. Un día, hace un par de años, vio a una muchacha que, en su afán de adelgazar, comenzó a vomitar todo lo que comía.
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Spiritus mortem (Malice Mizer)
FantasyUn estudiante tiene una serie de encuentros con otro muchacho, uno bastante extraño, que parece tener intenciones ambiguas y una escalofriante historia que nadie puede saber.