Finalmente, la heroína de Teyvat había logrado su objetivo: encontrar a su hermano. Una etapa de su vida había terminado, pero otra recién comenzaba. Tal y como era la idea original, era momento de que los gemelos siguieran su viaje.
Lumine no podía irse así sin más, no cuando su corazón ya tenía un dueño y ese mismo le correspondía. Viajó hasta Sumeru, la última región que visitarían antes de irse. La joven se despidió de todos y, cuando pudo, viajó hasta la villa Gandharva para visitar a él.
Cuando Tighnari la vio llegar, dejó lo que estaba haciendo y se acercó hasta la viajera, solo para atraerla hacia él y envolverla en un abrazo. Las pocas personas que estaban en la pequeña villa parecieron tener muchas cosas pendientes por hacer y se alejaron de ahí para darle privacidad a la joven pareja.
Las hazañas de Lumine eran contadas en todo Teyvat, por lo que Tighnari ya intuía a qué se debía su visita. Aunque estaba triste, sabía que parte de amar a alguien era dejar que la otra persona fuera feliz y cumpliera todos sus sueños, y él siempre estaría ahí para apoyarla, pero no podía retenerla por mucho que él quisiera.
Aun así, quiso preparar algo especial para despedir a su pareja. Por suerte, y gracias a Cyno, supo que Lumine se dirigía a visitarlo, así que tuvo el tiempo de preparar una cena para ella.
Ambos tuvieron una hermosa cena y salieron al bosque para dar un paseo nocturno. Llegaron a un punto del bosque que, durante la noche, se veía tan hermoso que parecía fuera de este mundo. Ahí se sentaron para disfrutar de la compañía del otro.
Lumine fue la primera en tomar la iniciativa y se acercó hasta el rostro de Tighnari, depositando un suave beso sobre sus labios. Tighnari no tardó en corresponder y tomó la cintura de la rubia para atraerla y aferrarse a ella. Lumine también lo imitó.
No hubo palabras; solo besos que podían describir cómo se sentían. El entorno comenzó a ponerse más cálido, y la ropa fue desapareciendo poco a poco, hasta que sus cuerpos quedaron expuestos a la vista del otro. No había vuelta atrás de lo que sucedería, pero ambos realmente lo deseaban.
Y solo la luna fue testigo de aquella entrega de amor.
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Con la promesa de regresar algún día, los gemelos se marcharon de Teyvat.
— Deberías ser más egoísta a veces —comentó Cyno.
— Eso no sería bueno —respondió Tighnari—. Yo quiero que ella disfrute y viva todas las aventuras que ella quiera. Ella sabe que yo siempre la estaré esperando.
— Cómo tú quieras, pero yo no la hubiera dejado ir.
Por suerte, para la pareja, ambos habían recibido un regalo especial de la academia: un artefacto que podía permitirles mandarse cartas entre ellos. Sin duda, Tighnari estaba más que feliz con el regalo. Día con día, él mandaba y recibía cartas de su amada.
Aunque había días en los que ella tardaba en responder, pero era porque estaba ocupada en otras cosas, y él entendía perfectamente.
Pero un día, las cartas dejaron de llegar. Tighnari estaba muy preocupado, pero todo el mundo lo alentaba, diciéndole que seguramente estaba ocupada y que pronto recibiría una respuesta. La respuesta nunca llegó.
Y así pasaron ocho años. La vida de todos había transcurrido de forma normal; todos habían hecho ya una vida, todos a excepción de Tighnari, quien con el tiempo solo se dedicó al bosque y nada más. No había cosa que le interesara realmente.
En unos días, Al Haitham y Kaveh se casarían, y él estaba invitado. Pero no tenía ánimos de ir. Sin embargo, Collei y Cyno insistieron; después de todo, la pareja eran sus amigos también.