El champán se esparcía por el piso de la sala y la fina copa de cristal yacía rota en mil pedazos. Una mujer de largo cabello castaño se encontraba petrificada, mirando la foto de un gran portarretrato de marco dorado que colgaba ante ella. Algunos de los invitados a la fiesta de la Mansión Rossi, conocida mejor como la Mansión Roja, comenzaron a mirarla con los ojos llenos de curiosidad y a susurrar entre ellos. Su hermana, que se encontraba del otro lado de la habitación hablando con un grupo de mujeres, advirtió la escena y, más molesta que incómoda, se acercó presurosa a ella.
—Ava, ¿quieres controlarte? ¿Qué te ocurre? —le susurró entre dientes, mientras la tomaba del brazo.
La mujer pareció despertar de un largo sueño y reaccionó de repente, miró el suelo con sus grandes ojos oscuros y comenzó a disculparse, avergonzada.
—Lo siento mucho, yo... Es que...
—Mira, hoy es un día muy especial para Enrique. Hay mucha gente importante aquí, por si no lo habías notado. Trata de no avergonzarme —la interrumpió. Luego, mirando a los presentes con una sonrisa poco natural, comenzó a quitarle importancia al incidente en voz alta. Además, aseguró a su hermana que no había problema alguno, mientras apretaba cada vez más su brazo por la tensión que sentía.
Ava logró que la soltara cuando la atención del público se centró en sus propios asuntos, lamentablemente la de su hermana se concentró en su apariencia.
—¡Demonios, Ava! ¿Por qué te has vestido así? —le reprochó, frunciendo el ceño.
—Pensé que era una fiesta de cumpleaños informal. Lo siento.
—Siempre lo sientes. Ve por ahí y trata de comportarte... En cualquier momento llegará el vicegobernador —le ordenó, mientras miraba nerviosa hacia el vestíbulo. De pronto, en el umbral apareció una mujer regordeta de gesto severo con un costoso abrigo de piel falsa—. ¡Leonor, que sorpresa! ¡Me alegro mucho que hayas venido!
La anfitriona dejó a su hermana allí y se acercó a la invitada, que la saludó con un gesto de pocos amigos. La mujer, esposa de un político de carrera, no solía asistir a ese tipo de reuniones y tenerla allí resultaba un honor para la dueña de casa. Una empleada, contratada para la ocasión, se acercó a ellas rápidamente y tomó el abrigo que le pasaba la gran señora.
Ava miró con admiración a su hermana mayor, pensaba que era la mujer más elegante que había visto en su vida. Esta era alta, delgada e iba muy bien arreglada con un vestido color chocolate. Sus ojos oscuros siempre parecían sonreír y su cabello rubio caía sobre sus hombros en hermoso risos. El maquillaje, sobrio y delicado, le daba un aspecto juvenil. Le llevaba diez años, no obstante parecía mucho menor.
La desaliñada mujer estaba demasiado acostumbrada a "meter la pata" como para ofenderse por el trato que recibía de su pariente más cercana. A veces se consideraba indigna de pertenecer a aquella aristocrática familia.
Ava desvió su mirada hacia la estantería que estaba a la altura de sus ojos, aquella foto le había recordado algo. Temblando, sus manos palparon el largo abrigo de lana descolorida que llevaba puesto, al llegar al bolsillo sintió el frasquito de pastillas que siempre la acompañaba. Largando un suspiro, comenzó a calmarse.
Una empleada se acercó a la invitada con un trapo y esta se apartó rápidamente del lugar. Entonces pensó en Enrique y decidió introducirse en la habitación continua para saludarlo. Con tanta gente reunida aún no lo había visto. Miró por encima de las cabezas de la concurrencia, poniéndose en cuclillas. Al fin lo encontró en la biblioteca conversando con dos viejos amigos, mientras fumaban. Era un hombre alto que cargaba con cincuenta años, sin embargo aún poseía todo el atractivo de un muchacho y cualquiera podría haberlo confundido con un actor de cine.
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Ecos de la memoria
Mystery / ThrillerUna madre, desesperada por encontrar a su hija desaparecida, descubre de pronto que aquella nunca existió. Sus familiares intentan explicarle la realidad: sus alucinaciones, su enfermedad que ha empeorado por la falta de tratamiento. Sin embargo, ob...