Las Navidades siempre habían sido unas fechas importantes en su familia. En esos días es que lograban reunirse al completo disfrutando juntos de largas conversaciones, comidas y cenas con vistas al mar y una gran dosis de energía y amor familiar. Era imposible negar que le disgustaran porque los mejores recuerdos que tenía de su niñez eran precisamente en esos momentos: cuando toda su familia se reunía.
Y ese año pretendían hacerlo en su casa, pero no en Madrid ni en Ciudad de México, sino en Valencia. Porque ese había sido el deseo de su esposa y él no podía no hacerlo realidad. Ahí habían pasado juntos sus primeras Navidades, junto con Purpurina y a la espera de Miguel. Esa fue la primera vez que no lo celebraba con su familia y, al contrario de lo que todos podrían pensar, no sintió que lo necesitaba. ¿Por qué? La respuesta era sencilla: estaba con las personas que más amaba en la vida. Con la familia que él comenzaba a formar.
Por eso es que nada más llegar comenzó el trabajo más duro: desempolvar los adornos. Ellos habían viajado un día antes para poder decorar la casa y prepararla para recibir a tantas personas, aunque ahí tan solo sería la celebración. Su familia se hospedaría en la casa que pertenecía a sus abuelos y que estaba a unos pocos kilómetros de la de ellos y los padres de Regina, aún cuando ellos habían insistido, decidieron quedarse en un hotel cercano. Tan solo Alicia con su familia y Jaime y Fernanda se alojarían con ellos.
—¡Faltan las luces, amorcito! —gritó Regina desde la sala de estar mientras él intentaba que las dos cajas que llevaba no se le cayeran y terminaran esparcidas por toda la casa—¡Amorcito!
—Deben estar por aquí, tesoro, ya voy —respondió con calma, llegando donde ella se encontraba para dejar las cajas junto a las demás. Tomó las tijeras y rompió los precintos, sacando el enredo de cables que eran las luces que su esposa buscaba—. Aquí están.
—Ah, no, yo no pienso hacer eso —Señaló el enredo y negó con la cabeza con total convicción—. Yo nunca supe desatar estas cosas. Mi papá se ocupaba de eso mientras nosotras poníamos los adornos.
— ¿Acaso no estabas buscando las luces?
—Sí, pero para desenredarlas te tengo a ti, amorcito —replicó sin ningún tipo de vergüenza, sonriéndole ampliamente cuando se acercó para besarlo—. Yo mejor buscaré los calcetines para la chimenea. ¿Sabes que faltan los de las gemelas?
—Iré a buscarlos en cuanto terminemos con esto.
—Eres el mejor —Volvió a besarlo y comenzó a rebuscar en las cajas, sacando los cuatro calcetines que comprara años atrás y de los cuales tres tenían sus nombres y el de Purpurina—. Este ni siquiera tiene el nombre de mi bebé, Alonso.
—Cuando los compraste todavía no lo habíamos escogido, Regina.
—Sí, pero ¿cómo no pensé en ello? —Vio cómo sus ojos se cristalizaban y solo pudo suspirar y dejar las luces a un lado para acercarse a ella—. Puntito no tiene su nombre en el calcetín, amorcito.
—Lo llevaré para que se lo borden junto con el de sus hermanas, ¿verdad, Miguel? Dile a mamá que no pasa nada.
Su hijo alzó la vista de los adornos con forma de estrella de mar que tenía en las manos, se puso en pie para acercarse a ellos y, con mucho cuidado, pasar sus pequeños dedos por las mejillas de su madre.
—No loles, mami, papi lo alegla.
—¿Irás con papá a escoger los calcetines de las bebés?
—Sí, Utito compa cacetines de manitas —Asintió para confirmar sus palabras y besó la mejilla de su madre y luego repitió el gesto en su vientre dos veces, una en cada lado—. Mami tiste, manitas tistes. No loles, mami, ponemo albol.
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Eterna Tentación #BilogíaTentación
RomanceLuego de cerrar el caso que los unió, Regina y Alonso deciden instalarse en Ciudad de México para iniciar una nueva etapa en sus vidas. Felices, tranquilos y llenos de trabajo, disfrutan cada momento y cada día junto a su hijo. Ese pequeño que es el...