Siniestros conocidos

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   Estábamos en el mismo lugar, precisamente comprando algodón de azúcar, cuando ella me dio un casto beso en la mejilla. Me sorprendió mucho una muestra de afecto de su parte, pero me limité a sonreír para no estropear el momento. Minutos más tarde ambos subimos a la montaña rusa, al mismo vagón de tren. En el ajetreado trayecto me tomó de la mano, parecía asustada, así que la apreté suavemente en señal de apoyo.
     Luego de bajar de la atracción, disfrutamos de un helado cada uno e incluso jugamos para ganar un oso de peluche. Después estuvimos largo rato observando el paisaje sentados en una banca sin emitir una palabra, hasta que llegó la hora de volver a casa.
     De camino al edificio en que vivo me arrepentí de no haber dicho nada. No obstante, temía romper ese cálido ambiente que se había generado entre los dos. Por un instante, lamenté seriamente no haber preguntado su nombre, o haber pedido su número de teléfono a esa chica desconocida que me acompañó en el Parque de Atracciones.

Escritos desesperadosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora