Capítulo 3

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La risa de Jonatan y la mía resuenan por toda la sala de estar. De fondo se reproduce la película 4 de Los Vengadores, pero ninguno de los dos le está poniendo atención. Estamos bastante concentrados en nosotros.
—-Deja de hacerme cosquillas, por favor —le supliqué, todavía riéndome.

Ante mi negativa, Jonatan lo único que hizo fue acorralarme contra el sofá. Sus dedos volvieron a situarse en ese punto de mis costillas, provocándome un hormigueo que hacía que me removiera como el exorcista por todo el mueble. Las lágrimas a causa de la risa empezaban a bañar mis mejillas.

Una sonrisa curvea los labios de Jonatan cuando me mira desde arriba.

—Prometo que dejaré esta adorable tortura con una condición

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—Prometo que dejaré esta adorable tortura con una condición. —La ambición nublaba su mirada. Sus dedos ahora trazaban círculos sobre mi piel.

—Muy bien, pues ¿qué condición exige? —pregunto, siguiéndole la corriente.

—Un plan que nos incluye a los dos, en esta misma posición, pero sin algo menos de ropa.

La sonrisa se me borra de golpe al entender lo que insinúa. Llevábamos semanas compartiendo rato juntos y a solas, pero por alguna razón no me sentía preparada para dar ese paso. No es que buscara el momento perfecto, pero sí quería esperar a sentirme cómoda.

—No sé si estoy lista todavía —le confieso.

Su mirada se oscurece y entonces sus dedos ascienden por la curva de mi cadera hacia el borde de mis pechos. Mi cuerpo se tensa.

—Yo creo que lo estás, solo necesitas un pequeño incentivo —Y al decirlo comienza a desplazar su otra mano por debajo de mi estómago.

En ningún momento siento que sus intenciones me hagan ceder, por lo que intento poner las manos sobre su pecho para detenerlo, pero de pronto la mano que tenía sobre mi pecho se encuentra aprisionándome las muñecas.

—Jonatan, no creo que esto sea buena id...—antes de que pueda terminar su boca está sobre la mía, ignorando lo que quería decir.

Nos hemos besado un montón de veces, me gusta la sensación de su lengua rozando la mía, de sus labios moviéndose con lentitud. Lo disfrutaba, de verdad que sí, pero en ese momento lo sentía mal.

Entonces su otra mano empieza a desplazarse por debajo de mi pantalón, y todo mi cuerpo se pone rígido.

Él lo nota porque deja de besarme.

—Relájate, Alana. Si te resistes será peor. —El tono de su voz es suave, como si quisiera convencerme.

Abro la boca para replicar, pero él vuelve a callarme estampando su boca sobre la mía. Sin preaviso, siento como uno de sus dedos se cuela en mi interior y me remuevo, incómoda, al sentir el dolor. Mis músculos se contraen ante la negativa, pero él no se detiene, introduce otro dedo y trato de encontrar la forma de moverme para hacer que sea menos doloroso, pero no lo es. No encuentro nada de placer en lo que me está haciendo.

El día que aprendí a amarmeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora