Siempre es difícil empezar de nuevo en un lugar que desconoces, cuando estás sola, sin tu familia ni amigos, estudiando en un país extranjero. Hacía apenas unas semanas que había llegado a Londres y ya echaba de menos los soleados días de España, el acento andaluz y mi universidad. Era mi segundo año como estudiante de derecho y había decidido pedir el traslado durante un semestre a Londres, por cambiar de aires, pero ahora me arrepentía tremendamente.
Salí a la calle a la vez que me colocaba el chubasquero y miré con temor el cielo, hacía apenas unos días había observado unas figuras negras arremolinándose en el aire, a la vez que sentía como toda mi felicidad se desvanecía. Por supuesto, lo achaqué a mi nerviosismo por estar en un lugar apenas conocido y mi ansiedad por las nuevas clases en la universidad, pero los había vuelto a ver con más frecuencia. Me dispuse a caminar hacía el metro, cuando un impulso me hizo alzar la cabeza, y sí, ahí estaban otra vez esas figuras negras encapuchadas.
Me estremecí y baje la cabeza, intentando enfocarme en lo que tenía delante, en el hecho de que tenía que llegar al campus en menos de media hora y a esa hora Londres se encontraba abarrotado.
Intenté con todas mis fuerzas mantenerme firme y continuar caminando, pero mis pies empezaron a trastrabillar y la cabeza a darme vueltas. En aquel momento maldije mi manía de querer aprovechar el tiempo hasta el último minuto, lo que me había llevado descubrir días atrás, mientras iba a contrareloj en busca de la primera boca de metro, a encontrar un pasaje que hacía el camino unos 10 minutos más corto. Pero en aquel momento ese pasaje me parecía la peor elección posible.
Unos viejos almacenes, cerrados por aparente reformas, en cuyos escaparates se veía maniquíes en posiciones imposibles y que parecían querer intimidar a todos aquellos que quisieran acercarse siquiera a mirar, era lo único que se vislumbraba.
Respirando fuertemente me eché sobre la pared de aquel almacén, evitando la parte del escaparate y sus feos maniquíes. Sin querer darme cuenta me dejé caer al suelo, y cerré los ojos por un momento. Una fuerte ansiedad y tristeza empezó a apoderarse de mí, como nunca antes lo había sentido. Me sentía tan sola, tan deshubicada, como si el mundo que conocía nunca hubiera sido para mí.
Aunque permanecía con los ojos cerrados, podía notar como aquellas figuras negras que habían vislumbrado tantos días atrás se acercaban a mí, sonreí tristemente, definitivamente salir de casa y enfrentarme al mundo adulto en un país extranjero había hecho mella en mí. Me estaba volviendo loca.
-Esos dementores me ponen los pelos de punta, no sé como aún no han atrapado a ese delincuente de Sirius Black - decía una voz a lo lejos - sientes como se te escapa la felicidad cuando están cerca y los pobres muggles ni siquiera se imaginarán por qué.
-Señorita, ¿se encuentra bien?- Abrí los ojos para ver como una señora de mediana edad me miraba con cara de preocupación, no pude evitar desviar la cabeza hacía esas figuras negras mientras me hablaba- Oh, son molestos ¿verdad? Se te ve mareada, venga, vamos a dentro, supongo que vendrás al hospital.
Ladee la cabeza, confundida, esa señora veía a esos seres al igual que yo, y ahora me hablaba de un hospital... supongo que no me vendría mal un pequeño reconocimiento, nunca me había sentido tan mal física y mentalmente.
-Esto, sí, al hospital... -dije sin apenas fuerzas.
La señora sacó de su bolsillo una especie de palo de unos 25 cm de longitud y pronunció unas palabras que no llegué a comprender, cuando de repente me alcé como levitando sobre el suelo. Me desmayé.
Cuando desperté me sentía aturdida, estaba sobre una superficie blanda, una cama, supuse y a lo lejos se escuchaba la voz grave de un hombre, discutiendo con una voz femenina.
-Le digo, señor Dumbledore, que debe dejarla descansar, ha llegado desfallecida.
-Y yo le digo madamme, que esperaré a que despierte junto a su cama, puede ser muy peligrosa por su condición, no sabemos quién es y es algo que debemos averiguar de inmediato.
Abrí los ojos tímidamente para encontrarme con un anciano con largas barbar blancas y gafas de media luna con un ropaje bastante extraño.
-Veo que al fin se despierta- comenzó el hombre acercándose a mi- nos gustaría hacerle algunas preguntas con el fin de aclarar su situación.
-Sí, claro –estaba dispuesta a contestar cada pregunta, ese anciano inspiraba demasiado respeto. –Pero antes, ¿Dónde estoy?
-Se encuentra en el hospital San Mungo de enfermedades y heridas mágicas. ¿Es usted de Beauxbatons? ¿No es inglesa verdad?
-¿Beaux qué? ¿San Mungo? ¿heridas mágicas? – dije extrañamente cansada y con una débil sonrisa, debía estar en un programa de la tele de bromas ocultas, muy bien montado, porque aquel hombre, si no fuera porque es una locura, parecía realmente un mago. - perdone, pero se está quedando conmigo ¿verdad?
-Oh no, señorita, ¿cómo se llama?- me preguntó el anciano- Mi nombre es Albus Dumbledore.
-Soy Ariadna Carini, de España, he venido de Erasmus a Londres para estudiar Derecho. –Dije mientras me calmaba.
-Curioso, muy curioso -decía el anciano mientras paseaba por la estancia- Me está diciendo usted que tiene sobre 19 años y nunca ha sido llamada a estudiar donde le pertenece... ¿a una escuela de magia?
-¿Perdón? – giré la cabeza hacía todas las esquinas de la habitación, la cámara debería estar por alguna parte.
-Creo que nos espera una larga charla, señorita Carini.
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Cuando la magia entra en tu vida... y él.
FanfictionUna chica normal, una vida corriente, hasta que el mundo que conoce se derrumba y descubre la magia. Y con la magia, el amor. Un nuevo personaje entra en el mundo mágico de Harry Potter.