Querida August
Las semanas pasaron al traer consigo una versión más deteriorada del abuelo. No entendía cómo era el proceso de su sanación, pero era evidente que algo no cuadraba. Su cabello se volvió cenizas sobre el cobertizo que no recobraron la fuerza de un fénix y logré escuchar la palabra operación mientras me hacía la incrédula al barrer el porche con la llegada de aquella susodicha visita.
Esa mañana me desperté entusiasta entre tu recuerdo y tu talento nato para competir. La cosecha se llevó a cabo como un ciclo que cierra. El festival llegó a mí para agasajar la bondad del fértil campo, mostrar de qué estamos hechos en esta familia y traerle alegría a la granja desde que mi abuelo no toca sus siembras. El joven Jimmy vino con dos de sus fortachones primos y cargaron la enorme calabaza sobre la carrucha de carga que nos lleva todos los domingos a misa.
Las grandes muecas de las auyamas nos despedían en su alegoría. De un momento a otro la granja solo formaba parte del firmamento lejano, entre tanto el ruido y la fiesta condecorada por el hombre de paja con cabeza de melón nos recibía, era un abrazo tierno ante lo desconocido. Dulces en tono anaranjado, el heno que condecora el esfuerzo de las mulas y una gran fogata que se yergue en el centro como mi la mayor luminaria rodeada de sonrisas de un naranja vegetal. Jugué a pescar las mini calabazas y recogí mi cabello al recordar lo que tú me enseñaste para no perder ninguna mientras el acto central comenzaba y no paraba de temblar. Logramos un pequeño trofeo, el tercer puesto para ser precisos. La señora Vincent nos dijo que el secreto estaba en usar cenizas, o por lo menos eso fue lo que hizo su marido. Nos dio un trozo a cada uno de su tarta tan deliciosa, al igual que la torta de zanahoria que hornea mi abuela todos mis cumpleaños. Se retiró a celebrar su victoria conjunta. De seguro el abuelo se alegrará por haber ganado un podio, aquella calabaza era su orgullo de la cosecha en ese año.
Esa mirada apagada se devolvió a mí en nuestra llegada. Las tablas del granero se teñían de azul por esta triste espera. El abuelo perdía la batalla que nunca supo luchar, de su bondad yo crecí, de su dolor, yo lloré y de su anhelo de verme surgir, yo derribaré todas las barreras. Tragaré el pasado, apaciguaré el presente y miraré al futuro con gallardía.
A la espera de que te enteres que soy una medallista de bronce, Ethan A.
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Las Memorias de Ethan
Short StoryEn un mundo donde la vida cotidiana está llena de recuerdos y desafíos, se oculta una historia de profunda introspección y emociones intensas. Una tormenta de lluvia cubre los errores del pasado y alguien atormentado busca refugio en una granja aisl...