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TRAVIS

No fui consciente ni de la mitad del camino. En cuanto llegamos al polígono, prácticamente había anochecido del todo. El cielo seguía completamente encapotado y la sensación de frío se me empezó a extender por todo el cuerpo.

Dejé la moto guardada en el garaje sin perder detalle de los movimientos de mi acompañante, que parecía que prefería mirar en cualquier dirección menos hacia mí.

Al salir, le dije a Lydia que había avisado a Monique de que ya estábamos ahí, pero me dio la sensación de que no me estaba escuchando en absoluto. Se había quedado estática, mirando fijamente el pavimento mojado con una expresión extraña en la cara y deduje que sería por lo que le había dicho antes de arrancar.

Le había dejado caer que la quería. Así, sin más, como si no se tratara de lo más desquiciante y real que había dicho nunca.

Lo había hecho de una forma muy cobarde. No lo había planeado, ni siquiera me había detenido a pensar en ello, simplemente me salió solo, como si aquellas palabras llevasen un tiempo atascadas en mi garganta intentando salir a la luz.

El problema es que, cuando lo hicieron, me acojoné tanto que decidí arrancar lo más deprisa que pude, sin dejarle tiempo de reacción.

No sabía si ella estaría también en el mismo punto que yo, y el miedo a no ser correspondido fue el que me impulsó a actuar de aquella manera tan irracional, pero ya sabéis lo que dicen, es mejor prevenir que curar...

Y es que, la realidad era que le había dicho infinidad de veces lo que me provocaba, pero ella nunca expresaba en alto sus sentimientos. Era como si hubiera algo que se lo impidiera, como si estuviera luchando con una especie de mordaza invisible, tratando de librarse de un agarre demasiado fuerte.

Era raro y muy extraño, pero juraría que a veces era como si sus ojos castaños me quisieran hablar a gritos pero su boca nunca pronunciase las palabras, era desconcertante y no sabía interpretarlo.

Intenté no darle vueltas, no podía pensar en eso cuando estaba a punto de correr, debía centrarme.

Me aparté del umbral del edificio medio abandonado, tratando de divisar alguna cara conocida entre todos los que ya se amontonaban en el terreno. Al cabo de unos segundos, vi a Monique en una esquina hablando con David, su hermano, así que me aseguré de que Lydia se quedaba bien con ellos y, tras darle un rápido beso, me fui corriendo. Repito, cobarde.

Me marché luchando contra las ganas de mirar atrás y entré en el edificio donde estaba el despacho de Adam, en el que guardaba todo mi equipo.

Subí las escaleras de dos en dos, arrepintiéndome por no haber dado la cara ante la morena.

Abrí un armario y cogí las rodilleras, me las coloqué por debajo del pantalón, como siempre. Me puse los guantes casi de manera automática y me cambié la cazadora por la chaqueta que usaba normalmente en las carreras. No se lo había querido explicar a Lydia, se habría vuelto loca si le llego a decir que tenía que ponerme todas esas protecciones para asegurarme de que, en caso de que me cayera, no me abrasaba el cuerpo.

Cuando estuve listo, bajé de nuevo a la calle en busca de la moto con la que iba a correr esa noche.

Comprobé que todo estaba en orden y me acerqué por fin a la parrilla de salida. Bueno, técnicamente no era una parrilla, era un paso de cebra asqueroso, pero me gustaba llamarlo así, me hacía sentir que no había dejado tan atrás mi antigua vida, como si de alguna manera siguiera vinculado a todo eso. Es curioso la de tonterías que hacemos a veces con tal de aferrarnos a algo...

Los pilotos pronto comenzaron a colocarse a mi alrededor, cada uno inmerso en su mundo pero concentrados en lo que iban a hacer, a diferencia de mí, que no podía estar más abstraído.

Y si llueve, petricorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora