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LYDIA

Esa semana fue sin duda una de las peores hasta la fecha. No quería hacer nada. Me costaba la vida ir a clase. Se me pasaron el plazo de entrega de varios trabajos bastante importantes y recibí dos suspensos por todo lo que no había estado estudiando.

A la mitad de la semana se lo conté todo a mis padres. Tal vez me salté la parte de lo de mis inseguridades a la hora de estar con Travis y lo de las carreras ilegales, eso no podría hacerlo, no se lo tomarían demasiado bien, pero todo lo demás fue inevitable.

Me paseaba por la casa como un alma en pena y eso que no estaba del todo segura de que lo hubiésemos dejado definitivamente, es decir, no lo habíamos dicho en voz alta pero lo sentía como si hubiera sido así.

No quería comer nada, hasta entonces siempre me había ocupado por disimular mi problema y nunca nadie se había dado cuenta, pero esos días no tenía fuerzas para nada, y mucho menos para eso.

La que más se involucró conmigo fue mi madre, a mi padre no es que se le dieran excesivamente bien los temas amorosos, pero aun así hacía lo que podía.

Anna también me estuvo haciendo compañía casi las 24 horas del día, incluso invitó un día a Monique y a Grace a casa para hacer una noche de chicas, que consistió en lamentarse y comer helado mientras veíamos Pretty Woman.

Esa noche me atiborré a comida, fue como si hubiera comido por todo lo que no había comido durante los 5 años anteriores de mi vida, salvando los atracones, claro.

A la mitad de la película yo ya era un mar de lágrimas, junto con Anna, mientras que Monique nos consolaba y Grace nos dedicaba una mirada un tanto apática pero ya la empezaba a conocer un poco mejor como para saber que así era ella, no era de las que se involucraban con las personas, prefería mantenerse al margen.

Pasamos el resto de la tarde hablando de cosas triviales y supe que lo hacían solo para distraerme.

Cuando se marcharon no es que me sintiera mucho mejor, pero al menos no me pesaba tanto la vida como los días de atrás.

Había estado tentada a llamarle infinidad de veces, pero no sabía qué iba a decirle. Yo no quería que cortásemos, pero no podía ver como malgastaba su vida de esa manera.

Mis padres ya se habían ido a la cama y mi hermano estaba en su habitación jugando a la play como de costumbre, así que decidí quedarme en el salón viendo más películas de amor.

Una, que le gusta martirizase.

El problema fue que, cuando vi que Jack daba la vida por Rose y le cedía su puesto en aquella tabla, en la que estoy al cien por cien segura de que habrían entrado los dos, no pude más y alcancé el teléfono y le llamé.

Sonó el tono varias veces y con cada uno de ellos sentía que el corazón se me encogía cada vez más en el pecho y cuando escuché que saltaba el buzón, maldije en alto y lancé el móvil al sofá de malas maneras. Problema; acabó rebotando y estrellándose contra el suelo.

—¡Mierda!

Me agaché a recogerlo pero se había estropeado toda la pantalla, ahora estaba toda rayada y un montón de cristalitos se extendían por el suelo a su alrededor.

—Joder, ¿por qué me tiene que salir todo mal?— me quejé para mí, volviendo a derramar alguna lagrimilla.

Recogí los trozos con cuidado de no cortarme, porque ya era lo que me faltaba para rematar la semana y acabé dejando el móvil sobre la encimera de la cocina para decírselo al día siguiente a mis padres, porque no se encendía.

Y si llueve, petricorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora