• Corazón de Coral •

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Te perdí durante la guerra naval de 1817.

Era una calurosa noche a mediados de septiembre cuando me llegó la noticia de tu partida al otro mundo. Hacía dos meses que te habías ido defender a tu país, estabas orgulloso y con un beso en la frente juraste volver para formar finalmente una familia a mi lado.

"No encontramos rastro de su cuerpo"

Me dieron la noticia un 16 de diciembre. Lo único que me trajeron de regreso fué un sombrero de marino que de seguro ni siquiera era tuyo. Tan descuidado y manchado, el pulcro blanco ahora era gris con motas rojas, siempre fuiste tan cuidadoso con tus pertenencias que me negaba a creer que aquello fué una excepción a la regla.

Tan cruda fué mi realidad que la creí un sueño y me atrapé en el cuál presa en una telaraña. Te lloré día y noche, anhelaba tu regreso y llegué a insultar al dios en el que tanto creías porque no lo traía devuelta.

Porque no escuchaba mis plegarias.

Todos los días prendía una nueva veladora a los pies del pequeño altar de nuestra sala, siempre se apagaba a las dos de la madrugada, justo cuando el viento hacía temblar toda la madera de nuestra vieja casa.

Una vieja y podrida casa de madera al pie de un bajo risco que desembocaba al mar.

Los días se volvieron semanas, las semanas meses y los meses años.

Al primer año tiré el altar al mar, cada una de las reliquias que consideraba bendecidas las quemé y con ellas aquel sombrero ajeno a ti. No era tuyo y jamás lo fué, no tenía tu aroma impregnado, solo apestaba a tizne y hierro. Era asqueroso.

Desde ese momento dejé de creer en tu dios ... En nuestro Dios.

Al segundo año ya tú ropa tenía agujeros de tanto que la llegué a usar, tú olor iba desapareciendo. La casa dejaba de oler a café y madera, solo estaban impregnadas mis amargas feromonas que añoraban con sentir esa sensación de tenerte a mi lado. Una sensación de vacío se apoderaba de mi existencia con cada segundo que pasaba, la comida dejó de tener sabor tanto como el aire dejó de ser fresco. Solo vivía por vivir, era un muerto andante mirando por la ventana todos y cada uno de los días esperando siempre tu regreso en aquella gran e imponente embarcación.

Al tercer año estaba tan enojado contigo que arrojé tus cosas al mar, mis pensamientos giraban en torno a: "Prefirió al mar por sobre mi"

A los cinco minutos me arrepentí y me lancé a las frías y turbulentas aguas que creaba el invierno, había nieve a mi alrededor y poco me importó. Mi mente ardía mientras mi cuerpo se congelaba a temperaturas bajo cero. Ni siquiera razonaba, no quería hacerlo, solo quería que salieras de las profundidades a rescatarme y llevarme contigo a un lugar cálido lejos de todo y de todos.

16 de Diciembre de 1820

Las frías corrientes de un apresurado aire movían con fiereza las secas ramas de los árboles al rededor, las altas olas golpeaban con fuerza y furia las añejas rocas al rededor de la orilla de aquella colina a los pies del cuerpo de agua. El cielo gris ocultaba el sol, volviendo aquel paisaje la perfecta definición de la tristeza y la desesperanza. A lo lejos, casi por dónde el mar se unía con el cielo, una extensa barricada de nubes negras se arremolinaban, ocultaban todo a su paso bajo un manto de la más pura penumbra.

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