Dije de teñirme el pelo blanco y volver a casa. Sabía lo que me esperaba allí. Aunque fueron menos bofetadas de las que imaginaba.
-Hola.
-¡Hija de puta vete a tu cuarto!
Ya, es mi padre. Un poco alterado. Era normal, corte de pelo y pelo blanco. ¿Estaba loca? Sí. Ya lo sabía cualquiera. Hace unos meses volvió a pasar aquello, con el tatuaje de la muñeca. Mandé dibujar a tinta permanente una mariposa. Sin color. Muerta. Me llamaron psicópata y me hicieron varios arañazos. ¿Y qué? Si ya me hago yo. Lo raro es que escucho pisotones por la casa, y se abre mi puerta de golpe.
-Cabrona, ve al instituto.
-No tengo ganas.
Un tirón de pelos hasta abajo para coger mi mochila.
-Ve al maldito instituto.
-Gilipollas.
Otra bofetada. Puerta abierta y ojos llorosos por el dolor, aunque realmente no sentía nada. ¿Cojo el bus o ando? Parada de bus.
-Perdone, ¿sabe cuándo pasa el siguiente bus?
-En una hora.
-Gracias.
Mirada al frente. Pasos detrás, risas. Reconozco dos. Gemelas, risas casi iguales, suspiros distintos. ¿Y la tercera?
-Buenos días puta, saltándote clases.
-Si no tengo ganas no voy y ya lo sabes.
Vuelta atrás, mirada asesina. Reencuentro de ojos verdes con miel.
-Con tu color de ojos y ese pelo ya eres un bicho raro. Te falta tatuarte en la cara "soy una perra".
-¿Por qué no te tatúas tu "no soy una perra" y te miras mucho al espejo, a ver si te lo crees?
Mirada de desprecio y risa por mi parte. Media vuelta. Cascos con volumen alto. Marilyn Manson, Sweet Dreams.
-¿Me puede abrir la puerta?
-Qué horas son estas de llegar, señorita Dylan.
-A usted eso no le importa.
Pasillo frío y vacío, nuevas cartas en mi taquilla. "Gorda". "Estúpida". Con desgana las dejo allí, tampoco quedan mal, son de colores. Abro la taquilla y cojo mi libro de historia. Timbre sonando. Puertas abiertas. Golpes. Bueno, día uno.
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100 días para que termine.
Teen Fiction-¿A dónde crees que te lleva tu forma de ser? -Al desastre. -¿Por qué dices eso Dy? -No soy Dy, soy Die.