CAPITULO XII

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ʟᴀ ᴀᴄᴜsᴀᴄɪᴏ́ɴ.

Estaba asustada.

—¿Qué querían de ella en la fiscalía? —pensó preocupada. Había tenido náuseas y vomitado el desayuno más temprano. En dos días tenía cita médica.

Se acercó al vestier. El aroma de la ropa de Pablo le impregnó las fosas nasales lo que desató de nuevo el llanto. Se acercó a una chaqueta de cuero, aún recordaba el día que la había usado, aspiró su aroma y la estrechó, como si lo estuviera abrazando a él. Se iba a enloquecer de tanto extrañarlo, el desaliento causado por la incertidumbre le drenaba las fuerzas y no lograba dominar la desesperación y la pena. Se separó renuente y alcanzó un vestido sastre azul oscuro de pantalón, se vistió enseguida.
Sus suegros la estaban apremiando. Se recogió el cabello en una moña y salió a su encuentro. La severidad en el semblante de su suegro ya no la afectaba tanto como el día anterior.

Mora rehuía su mirada.

—Vamos, se hace tarde —espetó su suegro molesto por la espera.

En el automóvil apenas le dirigieron la palabra. Cruz la miraba consternado.

Llegaron a la fiscalía. Un edificio grande e impersonal, ubicado en el occidente de la cuidad. El lugar hervía de gente: abogados, estudiantes, guardias penales, auxiliares, secretarias, etc. Les solicitaron un documento personal y los guiaron a la oficina del fiscal de turno, que los atendería enseguida.

—Señora Marizza Andrade Bustamante—llamó una secretaria a los cinco minutos de haber llegado.

—Sí, soy yo —contestó ella expectante.

—Sígame, por favor.

Marizza decantó la mirada en su suegro y, en una fracción de segundo, se dio cuenta de sus intenciones.

—Usted piensa… —dejó la frase sin terminar.
Sergio rehuyó su mirada.

—De prisa, por favor —volvió a hablar la mujer.
Siguió a la mujer y atravesó una puerta que daba a una oficina provista de una mesa con dos asientos a lado y lado. Había otra más pequeña con su silla, donde se sentó la mujer que la llamó, frente a un ordenador.

Un hombre de unos treinta cinco años, con bigote y gafas estaba detrás del escritorio y observaba unos papeles. Era de estatura baja y constitución delgada, vestido de traje entero y corbata. Cuando ella entró, se levantó de la silla. La saludó amable, lo cual la tranquilizó algo. Todavía estaba en shock y con el ánimo encogido al saber que sus suegros sospechaban de ella.

Todo ese tiempo de convivencia con ellos, y ellos pensaban lo peor de ella. !Por Dios! ¿De dónde habían sacado la idea de que ella podría hacerle algo malo a Pablo? Era el hombre que más amaba en la vida, daría su vida por él.

¿Por qué? ¿Es que no se daban cuenta de lo destrozada que estaba?

—Buenos días, señora Andrade Bustamante, soy Felipe Colombo, fiscal encargado de la investigación en el caso del secuestro del señor Bustamante.

Sabía que estaba ante un abogado sagaz, de lo mejorcito que había en la fiscalía, había comentado su suegro en la camioneta, cuando iba rumbo al lugar. Tenía fama de duro, pero a la vez era un hombre justo e incorruptible.

—Mucho gusto, señor fiscal, no sé qué hago aquí exactamente, pero en lo que le pueda colaborar, cuente conmigo —señaló ella, fingiendo valentía.

Estaba impresionada.

Pero no se dejaría amedrentar.

“El que nada debe, nada teme.”

• De vuelta al amor || Pablizza •Donde viven las historias. Descúbrelo ahora