8:00 pm | Casa de Armor
—"Varios habitantes del edificio y personas que se encontraban en la plaza central se resguardaron con la llegada de elementos del ejército nacional" —anunció la atractiva periodista del Canal 17, sobre un ataque hacia un policía en el centro de Ikenna, a través de mi televisor—. "La fiscalía del estado trabaja en un reporte que involucra a dos sospechosos del incidente..." —miré con detenimiento la pantalla. Hace mucho tiempo que el ejército no hacía una aparición pública.
«¿A qué se deberá?», pensé mientras rascaba con la yema de mis dedos los cortos y oscuros vellos de mi barbilla.
—"... Nos fue confiada por ellos esta representación gráfica hecha a base de la descripción de testigos en la escena. El Departamento Policial de Ikenna prometió recompensar cualquier información que aporte a la investigación de este terrible ataque con lunas" —mis ojos se abrieron como platos al escuchar eso. Unas cuantas lunas no me venían para nada mal y había encontrado la manera perfecta para conseguirlas.
En la pantalla aparecían dos ilustraciones: una mujer joven de cabello rubio platinado y ondulado, peinada con dos coletas, ojos marrones y labios carnosos igual de rojos que las flores que decoraban su cabello; y un hombre alto, joven, musculoso, de cabello castaño oscuro, ojos pálidos, azules y con un gesto cargado de apatía.
— Mierda, no tengo ni idea de quienes son —bufé. Tenía la esperanza de haber visto a alguno de ellos para poder ganarme la cena de mañana. Me volví hacia mi perro, que estaba recostado en una pila de ropa de hacía una o dos semanas —. Parece que tendremos que ir de exploración mañana también, Hermes.
Al escuchar su nombre dirigió su mirada hacia mí, atento a recibir una indicación.
— Tranquilo, pequeño. Por ahora, descansa —dije, mientras me levantaba de la silla del "comedor", que era tan solo un banco de plástico junto a unas cajas de madera cubiertas con un retazo de tela blanca decorada. Mi estómago comenzaba a rogar por la primera comida del día, que había estado procrastinado hasta este punto—. Voy a salir rápido por la cena. No hagas más desastre del que ya hay—Hermes me seguía con la mirada, no le gustaba que yo saliera sin él.
Tomé el control remoto de la televisión, que estaba en la mesa, y presioné el botón de "apagar". Caminé hacia el estante de la vieja cocina, donde normalmente ponía las llaves. Guardé estas en el bolsillo izquierdo de mis jeans desgastados, donde había un encendedor, un pasador para el cabello y algunos centavos de luna que habían estado ahí por días. Tomé un buso negro de cuello alto que ocultó los tatuajes de mi pecho. Me dirigí hacia la puerta de metal de la casa y giré el pomo.
La calle estaba casi desierta. Salí a la acera, ligeramente iluminada por aquellos faros que todavía funcionaban, y cerré la casa con llave. Creí haber escuchado unos pasos al otro lado de la calle, como si alguien hubiera corrido, pero no le di importancia. Podía ver el luminoso cartel de KiaMart a tres cuadras de mi casa entre los edificios, con tan mal mantenimiento y cuidado que no sería sorpresa si alguno se desplomara en cualquier momento. Caminé con cuidado, me sentía en un videojuego al esquivar envoltorios de barras de chocolate, colillas de cigarro, envases de jugo de amarita y algunos casquillos de bala viejos que decoraban la acera.
Crucé la puerta de cristal de KiaMart y entré. En el estacionamiento, igual que la mayoría de días, solo había la bicicleta con entintado azul oscuro. Era raro ver algún automóvil por aquella zona de la ciudad. Algunos años atrás, cuando yo tenía quince años, tomé un autobús que me llevó desde el sur de Ikenna —la capital y la principal ciudad de todo Irminsul—hasta la estación de Meera. Fue un viaje de días, con algunas paradas técnicas para ir al baño o a comprar comida. En la última porción del viaje pude ver apenas la superficie de la realidad que estaba por golpearme en la cara. El borde entre el norte de Ikenna y el sur de aquella muerta ciudad tenía una apariencia macabra. Del lado de la capital, la luz rebosaba de las casas, edificios, construcciones de estilo barroco —que habían sido preservadas por más de dos mil años—, la mansión presidencial y la base militar más grande de todo Irminsul. Por otro lado, Meera tenía un aspecto lóbrego y deprimente. Las calles con tantos agrietamientos sin tratar y baches de los que brotan flores secas. Los edificios y casas con ese aspecto de mala muerte, donde viven todas las personas que apenas pueden pagar la renta. Ese iba a ser mi nuevo destino. Llegué a la estación de autobuses, que parecía más una fábrica abandonada. Tomé mi maleta y escuché como el vehículo se alejaba.
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BALLISTIKA
ActionArmor-un chico de 20 años que destaca en la construcción de armas y artefactos tecnológicos-descubre la verdad sobre la mayor tragedia de su pasado, que desencadenó una serie de eventos en los que su vida pendía de un hilo. Desde ese momento, su ob...