A Venus

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A Venus, carmín y goce de sus labios.

..."Vuestra prudencia está dormida

por tratar con magnificencia

y alojar soberbiamente

a vuestra más cruel enemiga


Haced que salga, digan lo que digan,

de vuestra rica habitación,

donde esa ingrata insolente

ataca vuestra bella vida"...


porque quién iba a imaginar que la moral de Armanda, la célebre hija filósofa criada de un nido de lógica y razón, se iba a ver quebrantada por unos ojos ámbar de aquella mujer de piel suave y tersa que le veía arder


Blanca piel, de corazón cenizo. Cenizo de incertidumbre, de ardor y fuego que se extinguió.

Ahí estaba Armanda, en un ímpetu infernal, cuyas manos arremetían contra la puerta, su cabello enmarañado volaba por el aire en movimientos de frenesí y su rostro entero parecía tomar entre sangre el sentir que le hacía morir. Enloqueciendo ante aquel diablo que le arrebató el amor de las manos que tanto temió tocar por años, aquel que observaba a más no poder y trataba de percibir en las noches más frías temiendo que escapara.

En el forcejeo, trató de recordar, entre lágrimas regordetas y cargadas de dolor, dolor del alma que nublaba su ver, trató.

recordó

Recordó el decoro que desde pequeña le hacía actuar con precavida consciencia, el mérito y la moral intacta y complaciente que obtenía del gobernante y encadenante observar de su madre y las letras escritas en hojas manchadas y rotas de encuadernados toscos que guerdaba en su mente tal enciclopedia, que regía sobre el espíritu acongojado y encerrado que parecía lleno de versos desaliñados que destruía sin cesar para ser reemplazados por la construcción incesante de la gramática, escudriñando cada soneto a una frígida y tensa (y muy pequeña) línea de leyes enormes y aplastantes de conjugaciones, arrogantes reglas que formaban una coraza moldeable de dócil y firme moral sobre su débil y suave corazón. Recordó como en las noches escuchaba las interpretaciones de sonetos de distintas voces y pensares en el piso principal y como solía ver la luna, resbalando entre cada palabra recitada hacia un cielo enorme de interpretaciones y libre sentir, para ignorar la desaprobación casi inmediata de la voz de su madre al terminar cada obra. Porque sabía que solía sentirse tan pequeña en tal armadura de metal que se constituía de total aceptación de su madre al actuar, la cual de a poco perdía su peso volviéndose carne propia, haciéndole olvidar recordar que aquel vacío de insuficiencia mordaz se arremolinaba cada vez más en su pecho, haciendo los sueños posados en las estrellas dejar de destellar brillantemente, para colorear el cielo de un gris que hacía parecer los rayos y truenos gritar a blanco y negro.

Recordó la vacía ternura y cariño decorado con entrega de Clitandro que persistió durante dos largos años, que pretendía comprender pero conocía que en el interior de su alma solo sentía profundo repulso por el afán de un comercio de los sentidos tan banal lleno de ligaduras de la materia en su cuerpo y alma, y del horrible y deforme amor que le veía a Clitandro construir, tan lejano y carente de sustancia plena y real, tan sutil y sinsentido que le retorcía las entrañas y le hacía renunciar a la ligera y pequeña llama de esperanza de un amor, uno real y visible, uno que ella pudiese sentir. Porque le hizo sentir distante de las nubes que solía tocar en versos hechos entre sueños sin gran prosa que de a poco soltó.

mujeres sabias, de Moliere (pero desde una perspectiva diferente)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora