32. Dorady

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El pequeño Touya Todoroki se encontraba corriendo por el enorme bosque. Huyendo de un peligro llamado: Padre.

La misma persona que lo utilizó para tener una excusa. La misma persona que traicionó su confianza para salirse con la suya.

Era un niño, nadie le creía y más contra la palabra de su padre, de su rey.

Sus lágrimas recorrían sus mejillas mientras seguía corriendo. La tristeza, impotencia y la ira lo controlaban en cada paso que daba, como si eso fuera la gasolina para poder seguir corriendo.

¿Por qué a él? Era su padre, el que lo crio, su soporte, su hogar.

Desde ese día se dio cuenta en lo mucho que no debía de confiar en nadie, en NADIE.

A veces las personas que más te lastiman son tu familia y no la gente que te rodea.

Él le había dicho que quemara esas ventanas, que nunca sucedería nada malo y que si lo hacía sería digno de la corona.

Touya se había negado, pero cuando escucho lo que le dijo su padre le quiso demostrar lo contrario.

—No serás un verdadero hombre si ni siquiera puedes hacer algo tan fácil. El miedo es sólo para las niñas.

Todo eso causó que el castillo se pusiera en llamas, se salió todo de control. Todo el humo invadía cada rincón.

Vio la cara de horror que puso su padre al no saber como llevar a cabo ese problema, no sabía que hacer, cómo detenerlo. Todo fue peor cuando se enteró de que su madre no tenía más pulsos.

—¡Todo esto es tu culpa!—le gritó, con lágrimas en los ojos—. ¡Dijiste que no pasaría nada, que confiara en ti!

Todos alrededor escuchaban las palabras de aquel indefenso niño.

—Fue un accidente, chiquillo. No lo pudiste controlar y es entendible, ya que eres un niño—mintió su padre, echándole la culpa a él.

—¡No! ¡No es cierto!—gritaba—¡Eres un mentiroso, tú causaste todo! ¡Es tu culpa!

—No llores, ven aquí—decía, fingiendo.—No pudiste controlar tu don, eso es todo.

—¡No!—volteo a ver a las personas que les rodeaban— ¿Por qué nadie me cree? ¡Fue su culpa!

Después de tanto correr se paró a golpear un árbol, tratando de que con eso fuera suficiente para olvidar todos esos pensamientos que le llegaban a la cabeza.

Lloró, lloró y lloró hasta calmarse, hasta que de sus ojos ya no le pudieran generar más lágrimas.

No podía quedarse en ese castillo, uno en el que le recordaran que tan culpable fue por ser tan ingenuo. Uno donde tenía que ver cada mañana la cara de traidor a su padre. Lo había usado para así tener una excusa de ir tras el diamante azul, para que así la gente tuviera que optar porque era la mejor idea si no querían que un problema así les sucediera.

—Voy a destruir Zelcy—se dijo a sí mismo—. Le voy a quitar todo así como él una vez me lo quito todo.

—Zelcy nunca debió ser un reino.

Habló una voz que se escuchaba de una persona que ya era vieja. Touya saltó del susto y se puso a la defensiva. No volvería a permitir que alguien más le hiciera daño.

—¿Quién es usted?—trato de que su voz no sonara débil del miedo.

—¿Quién soy? Soy un graviente.

—¿Graviente?

—Correcto—tosió muy roncamente—. Alguien que si viene de un reino real. Gravey.

Dulces traiciones  (Katsuki Bakugo)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora