Capítulo 1

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En llegar a la parada vi uno que arrancaba.

No corrí para pararlo, ni hice señales para que el conductor me viera. Preferí esperar al siguiente. No tenía prisa.

Me senté en el banquito de la parada. El autobús tendría que tardar más o menos un cuarto. No sabía con seguridad qué me esperaría al final del trayecto.

De todas maneras, los finales de trayecto siempre han sido para mí un motivo de agonía. Siempre me ha pasado que cuando he cogido un autobús o un metro, si mi parada era la última, me quedaba pensativo, con una extraña sensación en el pecho. Supongo que los psicoanalistas harían una interpretación extraña de que todo eso se debe a algún tipo de infancia extraña.

¿Por qué la vida, este segemento de vida que nos ha tocado, tiene que estar configurada por finales, uno tras otro?

Preguntas como esas me había estado haciendo durante los últimos tres o cuatro años, después de que todo pareciera que se había acabado y que ha nada sería como era antes.

Y es que antes, cuando tenía diecisiete años, creía que el mundo era estable, prácticamente eterno, inmutable.

Creía que las personas, los hechos, la sociedad, todo, absolutamente todo, había sido como yo lo veía y que continuaría siendo así aunque me hiciese grande. Nada más ilusionista.

El mundo cambia, y tú cambias, y las cosas que quieres cambian, a pesar tuyo.

Llegó alguien y le hice sitio a mi lado. Lo hice inconscientemente. Mis pensamientos se habían esfumado, como el aire que removía las hojas de los árboles y levantaba los papeles del suelo. Me encontraba en una situación contradictoria. Esperaba el autobús y temía que llegara y lo tuviese que coger. Hacía tres años que hacía ese recorrido y el recuerdo que conservaba era cálido, muy dulce pero a la vez amargo. Fueron trayectos inolvidables, con una consisténcia agridulce, que todavía persistía dentro de mí y que engañaba mis pensamientos.

Cuando el autobús apareció, me levanté para pedirlo y subí sin conciencia alguna de lo que hacía. Me instalé en un asiento individual. Había poca gente. No era hora punta. El calorcito de la calefacción me hizo estremecerme de gusto. El vaho entelaba los vidrios y me impedía ver el exterior. Con los dedos dibujé un círculo para poder mirar. Todavía era de día, y el sol moría por detrás de los edificios más cercanos. Cerré los ojos y, sin que lo pudiese evitar, un benigno escozor cubrió mis párpados. Sabía dónde comenzaba todo. Tenía claras las imágenes de los hechos que habían cambiado mi vida de arriba a abajo.

De hecho, todo era igual, pero, paradojamente, todo era muy diferente; y nada podría ser ya como antes; ni conmigo mismo, ni con mi padre, ni con mi madre..., ni siquiera con mis amigos o amigas. El mundo, todo él había mudado su filosofía.

Creo que todo comenzó un día cualquiera. Debió de ser una mañana como otras. Me levanté lo más tarde posible, cuando faltaban diez minutos justos para que mi madre saliese como bala de casa gritando que ya me espabilaría yo solo, y que cogiese el autobús. Por eso me vestí de cualquier manera y cuando entré a la cocina, sin siquiera peinarme, mi hermana, que siempre está de buen punto, me dijo:

   —Estás loco, ¿dónde vas con esas pintas?

Hice caso omiso. Me pasé sus palabras con un trago largo del café con leche que me habían preparado, y cogí el bocadillo que tenía sobre el mármol.

   —¿Dónde vas de esta manera? —escuché que me decía mi madre mientras salía del lavabo—. Ya te podrías peinar... Y mira qué cara... ¡Ya te la podrías lavar o afeitar de vez en cuando!

Tenía pensado en cuanto ser grande y autónomo, dejarme la barba.

   —Me dejo la barba. —le contesté.

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⏰ Última actualización: Jun 29, 2015 ⏰

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Sonata a cuatro manos. [YoonMin/Yaoi/BTS]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora