II

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—Me recuerdas a mi difunto hijo y a su madre. —Sooman estudió el rostro de su nieto con fría indiferencia—. Tienes los mismos ojos de cachorro, la misma asustada sonrisa. No tienes agallas y tu debilidad me desagrada. Para tener casi veintiún años actúas como un niño.

—Si fuera débil, habría vuelto a casa el mismo día que llegué aquí. —JunMyeon levantó la barbilla, sus ojos listos para la lucha mientras, bajo su blusa de algodón, el corazón le latía tan rápido de miedo que sintió náusea.

La antipatía de su abuelo le incomodaba de continuo. Hacía ya tres semanas que había llegado a su magnífica mansión en Seúl y cada día había sido un calvario. Había volado a Seúl con el inocente cuento de entablar lazos, tenía la esperanza de incluso querer, a ese abuelo que aún no conocía. En cambio, se había visto forzado a aceptar que era un hombre frío, malévolo, con una lengua viperina y carente de la menor pizca de afecto hacia él, quien, si tenía veintiún años, pero había sido criado en un pueblo pacifico como Asan.

—¿Me tomas por tonto? —Sooman se rió al ver su intento de desairarlo—. ¿Por qué crees que te invité a visitarme? ¡Has aceptado todo lo que te he ofrecido porque tu otro padre está dándole a la botella de nuevo y los acreedores lo están esperando en la puerta trasera de su casa!

La decepción le quitó la máscara de compostura que estaba intentando mantener y JunMyeon no pudo sostener la despreciativa mirada de su abuelo por más tiempo. Avergonzado, dejó caer la cabeza y una cortina de cabello color castaño descendió sobre su redondeado rostro haciéndole aparentar los veinte años.

—¿Acaso no tengo razón? —se burló Sooman—. Tu ingenuidad me repugna.

—Sí... —el admitirlo casi hizo que JunMyeon se atragantara, puesto que le hubiera encantado poder decirle que estaba equivocado y que su otro padre, heechul, se había desintoxicado y había dado un giro a su vida. Por desgracia, no era posible decir eso y la despreciativa satisfacción de su abuelo hacía que la humillación doliese aún más. Sospechaba que estaba felicitándose por su clarividencia cuando, dos décadas antes, le sugirió a su hijo que abandonase a su novio embarazado.

—¡Menuda yegua ganadora eligió Hangeng para tener a mi único nieto! Podría haber escogido entre los mejores herederos del mundo. Podría haberse traído un príncipe de Tailandia para casarse con él. —Sooman rugió—. Por aquel entonces yo ya era el más rico de todo Asia y el dinero puede medirse con la sangre más noble. Pero mi hijo no tenía demasiadas luces, ¿no es así? Escogió un puto doncel que era un derrochador, un lujurioso y un prostituto...

Con el rostro en llamas, JunMyeon se irguió de improviso.

—¡No me quedaré aquí sentado mientras hablas de mi padre en ese tono! —replico JunMyeon sonrojado por la ira.

—¿Qué otra opción tienes? Necesitas mi dinero para sacarlo de sus líos. —se mofo Sooman con una sonrisa—. Vas oír todo porque de esa forma no morirás de hambre.

Tras esa contundente afirmación, JunMyeon perdió el color de su rostro. Bajó la cabeza y, enfurecido, tragó saliva. Lentamente, se hundió de nuevo en su asiento. Había aprendido cuando era aún muy joven que el hambre y la dignidad rara vez van de la mano. En cualquier caso, Sooman tenía razón y la verdad no era muy agradable de oír: necesitaba su dinero. Su padre, Heechul, estaba hasta el cuello de deudas, bebía demasiado y, en la actualidad, se enfrentaba a varias demandas por facturas impagadas. Pero JunMyeon estaba seguro de que, si aliviaba a su padre del estrés de los problemas económicos, se lo podía convencer de que ingresara de nuevo en una clínica de rehabilitación. Aunque fuera doloroso de aceptar, reflexionó JunMyeon con una sensación de vacío en el estómago, el dinero de Sooman podía marcar la diferencia en cuanto a las posibilidades de vida o muerte que tenía su padre. Años y años de abusos con el alcohol habían dañado seriamente la salud de Heechul.

ENTRE DINASTIAS -SEHODonde viven las historias. Descúbrelo ahora