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Puedo oír el respirar lento del sacerdote esperando por mi confesión al otro lado de la ventanilla. Recuesto mis codos en el desabrazos de madera y entrelazo mis manos a la altura de mis labios antes de comenzar a hablar.

—Perdóneme, padre, porque he pecado —murmuro lentamente—. Mi confesión de hoy es sencilla. Se trata de que últimamente he tenido una fijación muy, muy, muuuy... grande, por quien no debería —alargo cada palabra, casi haciendo uso de gemidos.

—Prosiga —me dice, con aquella voz segura y calmada que me provoca suspiros.

Me divierte tanto que aún con todo me siga el juego. Sonrío y continúo:

—Él es un hombre prohibido. Se debe a su profesión puritana y casta, donde aparta por completo los sentimientos ardientes —murmuro sin dejar de utilizar ese tono suave y seductor que nace naturalmente de mí—. Por más que intento sacarlo de mi cabeza, no puedo. En su lugar, quiero que él entre más y más... en mí.

—Parece serio.

Asiento fingiendo pena por mí. Suspiro, preparándome para continuar con el relato. Lo estoy gozando demasiado.

—Como dice, es muy serio, padre. Le cuento que ayer por la tarde estuve con él. Lo atrapé en el baño de la iglesia y lo acorralé. Él lo quiso evitar, pero... la diablura tuvo más peso y lo logré. Bajé sus pantalones y... comencé a chupar su pene sin parar hasta que se vino por completo en mi boca. Fue delicioso —susurro, en un hilo de voz mientras lo recuerdo.

—Larissa, sal del confesionario —me ordena con voz dura.

Sospecho que se ha molestado.

Me resulta tan divertido que no haya podido aguantar nada que me permito una risita traviesa. Me levanto del suelo y sacudo mis rodillas antes de salir del pequeño cubículo de madera. Afuera me espera el padre Namjoon, y con cara de tener pocos amigos luego de lo que le he dicho. Es un seriecito de mal genio que no soporta un chiste. Qué amargado.

—¿Sí, padre? —le pregunto de lo más inocente. Mis manos se van atrás de mi espalda suponiendo que es lo que haría una tímida niña buena— ¿No le agradó mi confesión?

—Lo que no me agrada es tu descaro. —Me mira enfadado, reprobándome por completo—. No puedes tomarte esto como un juego, pones en riesgo mi nombre.

—¿Tu nombre? ¿Cuál es?

Ladeo mi cuerpo de aquí para allá para ver si le causo ternura y me deja tranquila, pero solamente me sigue observando con ojos afilados.

—Larissa, no me estás tomando en serio. Esto realmente no es un juego —me dice y da un corto paso hacia mí a modo de amenaza—. Si descubren esto nada bueno va a pasarnos.

Lo que menos hace es intimidarme. Incluso cuando su altura sobrepasa la mía por muchísimos centímetros, solo logra que muestre mis dientes de manera burlona mientras deslizo mi lengua por ellos.

—¿Pasarnos? Te recuerdo que quien usa la sotana eres tú. Yo no tengo nada que ver con tu mundo religioso. —Me acerco a él para fastidiarlo. Sé bien que no le gusta que nos vean tan próximos en público—. ¿Por qué simplemente no te diviertes conmigo en secreto y dejas a todos fuera de la ecuación?

—Eres una niña, Larissa. La semana pasada cumpliste diecisiete años. Y de todos modos, bajo lo que soy tengo que mantenerme casto.

No le presto atención a lo que dice, me resultan puras tonterías. Aunque sí rescato algo que me causa risa.

—¿Desde cuándo a los de tu condición le importa estar o no con niños? Que yo sepa tienen muy buena fama por eso.

Él entreabre la boca ofendido. No se lo esperaba. Pero entonces que a mí no me venga a tirar encima su ridícula doble moral. Aunque..., no es del todo cierto que sea una pueril jovencita.

UNHOLY • K.NJ +18Donde viven las historias. Descúbrelo ahora