『𝕥𝕣𝕒𝕡𝕡𝕖𝕕』•//𝓳𝓳𝓫𝓪 𝓯𝓪𝓷𝓯𝓲𝓬

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→ Kars abrió los ojos lentamente, esperando la oscuridad eterna que merecía. Para su sorpresa, estaba en una cama cálida. El contraste con la muerte que había anticipado lo dejó perplejo. Su piel tocó la suave textura de las sábanas, sus sentidos volviendo a la vida con una intensidad abrumadora. Se levantó con elegancia, su mente afilada, ya trabajando para entender esta nueva realidad. Las paredes de la habitación estaban decoradas con motivos aztecas, un eco de su antiguo reino. Al salir al pasillo, encontró siete puertas, cada una con un símbolo: una máscara de piedra, una flecha peculiar, una mano sin cuerpo y una flecha rota, entre otros.

Kars eligió una puerta al azar y la abrió, encontrando un salón amplio y lujoso. El mobiliario era una mezcla de estilos antiguos y modernos, con una elegancia inquietante. El lugar parecía preparado para recibir a muchos, aunque estaba vacío por el momento. Caminó hacia una de las ventanas y observó un paisaje extraño: una playa plácida a un lado, una jungla espesa al otro, y más allá, un páramo cubierto de cenizas.

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Mientras Kars exploraba, Dio Brando abrió los ojos en otra habitación. Su primer instinto fue levantarse rápidamente, lo que provocó que sus uñas afiladas rasgaran el techo de la habitación, haciéndolo caer al suelo. Se levantó, irritado y desconcertado, cuestionando su supuesta inmortalidad y sospechando de un engaño de los Joestar. Salió de la habitación y encontró un pasillo con siete puertas, cada una adornada con símbolos enigmáticos: una máscara de piedra, una flecha peculiar, una mano sin cuerpo y otra flecha rota. Sin interés en las dos puertas restantes, siguió el pasillo.

Al abrir una puerta al final, descubrió un amplio salón, diseñado aparentemente para múltiples habitantes, pero estaba solo. La incertidumbre lo rodeaba, pero el instinto de supervivencia prevalecía.

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Sus ojos se abrieron con asombro y sudor frío recorría su frente. La idea de que un Stand hubiera sobrevivido a su muerte le parecía absurda. Se tocó las piernas, esperando encontrarlas mutiladas después del encuentro con el nieto de Joseph. Para su sorpresa, estaban intactas. Se acercó a un espejo, inspeccionando su reflejo.

—Mis colmillos, ¿dónde están mis colmillos? —observó incrédulo.

La realidad lo golpeó: era humano de nuevo. Golpeó la pared, gritando de dolor al sentir el impacto en su piel mortal.

—¿¡Cómo es esto posible!? —gritó desesperado—. Yo, Dio, se supone que soy un ser superior. ¿¡Otra vez soy débil!? ¡Impuro...! ¡Incapaz...! —se lamentó—. ¡NO! ¡NO LO ACEPTO! —gritó desconsolado.

El sonido de la puerta abriéndose lo llenó de terror. Se escondió en una esquina, temiendo lo peor.

—¿H-hola?

—¡AAAAHH!

—¡Ah! —La puerta se cerró de golpe.

—¿Quién diablos...? —Rápidamente se tapó la boca—. ¿Acaso yo, Dio, acabo de gritar de miedo? ¡Esto es repugnante! —se estabilizó, aunque sus piernas aún temblaban.

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