Prólogo

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Mi madre alguna vez me dijo que en la vida sólo había tres cosas que importaban. Amor. Ambición. Muerte. Tenía diez años, pero no era ninguna idiota. Algunas cosas podía entenderlas, como la muerte, pero el amor se me hacía una burla tan ruin teniendo en cuenta que su propio matrimonio había fallado. Todo el mundo le decía a menudo a mi madre que, cuando menos lo esperara, Dios iluminaria su camino y lograría que todo lo que la separaba a ella de su marido se terminara, pero ella jamás les creyó. Mis padres jamás superaron la muerte de mi hermano mayor, Dylan. Apenas había abierto los ojos cuando la sombra de la muerte se cernió sobre él, arrebatándole su último aliento durante la noche. Yo nací tres años después, fruto de una noche de borrachera de mi padre. Cuando termino todo, él tenía el rostro cubierto de arañazos y mi madre hilos de sangre escurriéndose entre sus piernas. No había nacido del fruto del amor de una joven pareja que se amaba con locura como lo había sido mi hermano, pero después de tantos años, sabía que había nacido de algo igual de poderoso. Muerte. Primero la de mi hermano, después la del pueblo entero.

Ahora era la única que tenía que cargar con mi sangre.

Roja. Espesa. Maldita.

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