Capítulo 19: La otra cara de la moneda

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Daphne manejaba con los ojos nublados a causa de sus lágrimas, haber ido hasta la compañía por un poco de atención de Ethan fue un error, otro más a la lista. Había sido completamente inútil hablar con él y rogarle una vez poder estar juntos y permitirse amar. "No puedo amarte, ¿es que no lo entenderás jamás?". Cerró fuertemente sus ojos y apretó el volante con ira. "Estás enferma, te estás haciendo daño tú sola suplicando amor en donde no te lo pueden dar". "Déjame en paz y haz tu vida lejos de mi". Sintió que le faltaba el aire por culpa del coraje, y apretó su pecho al sentirlo hervir. "Cómprate una vida y realízate lo más lejos que puedas de mi". " Es Heather. Siempre fue y será Heather, Daphne...". No pudo soportar las voces de su cabeza reiterándole las crueles palabras del hombre contra ella, así que, aprovechando la tranquilidad de aquella carretera aparcó su auto en la esquina de un barranco. Salió con lentitud del auto y caminó unos metros lejos del mismo, y mientras lo hacía se permitió pensar en lo triste y amarga que había sido su vida. Sin amor ni atención de ninguna clase, no conoció jamás el sentimiento de amar y ser correspondida, siempre había sido utilizada, hasta por ella misma para conseguirlo todo tan fácilmente. Dejó que sus lágrimas cayeran incontrolables, no le importaba nada. Tampoco tenía nada. Se acercó hasta el borde del barranco y observó aquella caída infinita y rocosa que la estaba esperando. No tenía sentido para ella seguir viviendo, lo único que había querido toda su vida ya no estaba, lo había perdido para siempre. Tocó su vientre plano sintiendo un inexplicable alivio, pronto estaría junto a su hijo.

Dio un paso más para dejarse caer, pero alguien la había tomado rápidamente.

— ¡No, no lo haga! —gritó la voz de un hombre con total desespero. Ambos se habían caído al suelo quedando ella sobre él.

— ¿Por qué diablos se mete en lo que no le importa? ¿Quién lo llamó? —inquirió furiosa sin mirarlo. Ni siquiera para morirse podía estar tranquila y sin contratiempos.

— No sé lo que le sucede, pero todo tiene una solución. —dijo el hombre poniéndose de pie y ofreciéndole su mano—. Deme la mano.

Daphne rodó sus ojos y finalmente lo miró, quedándose atónita.

— Usted. —comentó irónica al ver a Leonardo de pie junto a ella—. ¿Qué hace aquí? ¿No debería estar con su adorada novia?

— Que me de la mano, por favor. —reiteró sacudiendo su mano. Daphne la tomó con brusquedad y se quedó a su misma altura—. Natasha no es mi novia.

— Auch, eso debe de dolerle tanto... Que triste. —manifestó burlona. 

— Casi tan triste como lo que estuvo a punto de cometer. —replicó ceñudo ante la actitud de la mujer. Daphne lo observó severa y se cruzó de brazos—. Escuche, no lo vuelva a hacer, ¿quiere?

— Hago con mi vida lo que me plazca, señor ruso. Si piensa que voy a agradecerle por andar de metido, está muy equivocado. 

— La vida no es sencilla, eso lo sé... —explicó con calma sin perder su mirada en ella—. Pero tarde o temprano, obtenemos lo que merecemos. Quizás hasta más.

La mujer lo miró en silencio, y al verlo detenidamente notó su gafete y la bata blanca.

— Así que no solo es empresario, sino que también es psiquiatra. No puede ser... —se quejó colocándose la mano en su cien y riéndose de sí misma, hasta donde llegaba su suerte.

Leonardo la analizó en silencio, la pelinegra había logrado intrigarlo.

— No nos hemos presentado como se debe. Leonardo Lo... Kozlov. —se corrigió antes de tiempo. Extendió ligeramente su mano y Daphne, aunque dudosa, la estrechó.

Inefable DelirioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora