Capítulo 11

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Los nervios provocaban un remolino en mi estómago, así que me negué a almorzar cuando Dorothy me ofreció comida. Permanecí encerrada en el cuarto, demasiado cansada para enfrentar a los demás. Ni siquiera traté de entablar otra conversación con Justin, lo ignoré hasta que se marchó cerca de mediodía. Una vez que la puerta se cerró tras él, abandoné mi teléfono, en el cual me había refugiado las últimas horas, sumergida en redes sociales, tanto en mis cuentas personales como en las cuentas de la banda, buscando con desesperación aferrarme de nuevo a la normalidad de mi vida.

No tuve éxito.

Cerré las persianas, apagué las luces y me acosté en la cama. Apenas toleraba el agotamiento físico y mental, pero la actividad eléctrica en mi cerebro estaba demasiado excitada por la adrenalina y no fui capaz de dormir, por eso oí el suave golpe en la puerta. Me abstuve de responder, dejando claro que no quería visitas, sin embargo, Penelope ingresó sin invitación.

Algo se gestó dentro mío al recordarla tan imponente, rodeada de luz y blandiendo una daga contra la criatura que a mí me había paralizado. La admiración estableció entre mis emociones un respeto profundo hacia ella.

Me senté en la cama y la observé atravesar la habitación hacia la silla en el escritorio donde su hermano había estado toda la mañana.

—Hola... —pronuncié en un murmullo.

Ella me echó una mirada breve y asintió una vez, reconociendo mi saludo. Su cabello rubio era uno de los pocos colores que resaltaban en la oscuridad y me levanté para abrir las persianas nuevamente.

—Noche ocupada, ¿no? —insinué.

Esperaba que Penelope contradijera la historia que oí de mi abuela y de Justin, pero ni siquiera me respondió. Su atención se enfocaba en la guitarra destruida que yacía en un rincón y cuya imagen aún llenaba mi pecho de congoja.

Tragué saliva viendo las cuerdas rotas enredadas entre sí.

—Tendré que ahorrar para comprarme otra —comenté.

Penelope respondió emitiendo un suspiro. Ya conocía sus resoplidos exasperados y no sonaban de esa forma, por lo cual, probablemente, aquella era una manifestación de lástima.

—Aún tengo el bajo, si todavía quieres aprender —le recordé.

Sus ojos verdes se fijaron en los míos y la intensidad oculta en ellos me sorprendió.

—Tal vez otro día —farfulló.

Asentí, ubicándome a los pies de la cama para estar frente a ella. Allí parecía una chica normal, físicamente atractiva y con una actitud repelente, pero lo suficientemente normal. Sin embargo, Dorothy y Justin declaraban que era la heroína espectacular que había aparecido en mi pesadilla.

—Así que tú y tu hermano son...

Dejé la frase inconclusa para que ella lo explicara, aunque fue otra cosa la que decidió esclarecer.

—No es mi hermano —reveló, negando con la cabeza— Justin no es mi hermano.

—Oh...

La extraña dinámica de la familia Blackburn se reprodujo en mi mente y, de repente, empezó a tener sentido. Las largas ausencias de Justin y Penelope, la falta de preocupación por parte de Annie y Fred.

—Annie y Fred no son sus padres, ¿cierto?

Penelope confirmó mi vaticinio al asentir. Me abracé a mí misma, sintiéndome insegura por todo lo que desconocía, y clavé la mirada en el piso.

—Entonces... —proseguí— Si Justin y tú no son hermanos, ¿qué son?

—Somos un equipo. Fuimos creados para trabajar juntos.

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