El despertar.

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Medellín se despereza, sí, pero no con la aburrida pereza de un pueblo cualquiera. No, Medellín se estira con la astucia perezosa de un gato al sol, arrastrando consigo esa elegancia de quien conoce demasiado bien sus propios dramas. Las montañas sueltan rayos de sol, y podríamos decir que es un amanecer poético, ¡ah, sí! Pero no se engañen: esos rayos no son más que dedos flacos y metiches, como los de un vecino anciano que espía por la cortina. ¡Siempre tan curiosos esos rayos! Siempre tan ansiosos de meterse en cada recoveco de la ciudad para ver qué secretos dejó la noche.

Y justo ahí, en el filo de la madrugada y el día, está Shary Blanco. Shary, la gran Shary, con un apellido que promete brillo y hasta cierto glamour, pero que en realidad... no. A ver, ¿cuánto más blanco que ella puede ser el papel en el que intenta escribir su "magnum opus" cada noche? Porque Shary no es ninguna heroína en una novela clásica. No, ella es de esas universitarias con grandes sueños literarios de Wattpad, donde las ideas se ahogan en una piscina de amores imposibles y vampiros que brillan. Sus sueños de escritor están tan llenos de diálogos profundos que ni un guionista de bajo presupuesto se atrevería a escribirlos. Y, como cada mañana, Shary despierta, no porque quiera, sino porque su cerebro —ese villano implacable— ha decidido que es hora de enfrentar otro día de su "épica" vida.

¡Ah, pero los sueños! Porque claro, anoche Shary soñó con dragones, apocalipsis románticos y hasta diálogos desgarradores dignos de una película de cine independiente. Pero al final, ¿qué son los sueños sino una colección de escenas mal editadas, producidas por un director sin talento que ni siquiera pudo pagar efectos especiales decentes? A Shary le entregan cada noche un guion de pesadilla, pero uno de esos que se ven en televisión a la una de la madrugada. Al final, sus sueños son como cortometrajes que prometen terror, pero dan más risa que miedo, una función de segunda categoría que ni siquiera alcanza a darle el susto que se merece.

Y así, Shary se levanta de la cama. No es una levantada gloriosa, sino un movimiento lento, como quien lleva encima el peso de la existencia en forma de una bufanda demasiado pesada y ridícula. Se arrastra hasta la ventana, y el espectáculo es... pues, bastante deprimente. ¿Qué espera encontrar? Una calle vacía, desierta, como si la vida misma hubiera olvidado prender las luces y decir "¡Acción!". Una ciudad en pausa, dejándola ahí, sola, en su propio escenario absurdo.

¿Y qué vemos en su mirada? Un chispazo de esperanza, tal vez. Pero no, no se engañen: lo que Shary enfrenta cada mañana no es más que un deja-vu absurdo, un teatro de repeticiones donde los actores ya están cansados y los diálogos son tan predecibles que ni ella misma puede contener el bostezo. Claro, ¡qué gran ironía! Porque nada como una calle desierta al amanecer para hacerle sentir que la aventura de su vida está tan lejana como el final de una telenovela que siempre se queda en el "próximo capítulo." Ahí está Shary, atrapada en el susurro cruel de un guion que nunca pidió, pero que cada día se ve obligada a interpretar.

Ah, Shary. Ella cree, con la misma inocencia desquiciada de un niño jugando con una caja de fósforos, que su pequeño destello de rebeldía la hace única en este mundo desvaído. Porque claro, se ve a sí misma como esa protagonista inusual de las novelas que sueña escribir, donde, en su mente, cada pequeño detalle mundano es una metáfora oculta, y cada respiración un poema. Pero lo que Shary no comprende —y esto es lo deliciosamente irónico— es que ese pequeño chisporroteo interno no es más que la consecuencia predecible de una vida arrojada a la rutina, una rutina tan densa que podría ser su propio agujero negro.

Mientras se frota los ojos con una resignación tan profunda que podría ser la canción triste de un alma atrapada, algo en su mente empieza a girar. Sí, ahí está, ese humor negro que aparece cuando la vida se te ríe en la cara. A sus demonios ya ni los teme; son como viejos amigos que la acompañan, aburridos ellos mismos de su propia presencia. Y es entonces cuando, entre los vapores de la cafetera olvidada, surge una idea. Esa fantasía retorcida que, como una piedra lanzada en un estanque, empieza a ondular dentro de su cabeza.

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⏰ Última actualización: Oct 25 ⏰

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