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Es de noche y el cernidillo se cierne sobre el suelo reseco de la ciudad y sobre la superficie de esos lentes que utiliza para ocultar su identidad. El maldito barbijo y el frío se ponen en su contra, el vaho de su aliento empaña los vidrios y termina golpeando con algunas personas que intentan huir de la noche lluviosa.
No es su noche. La lluvia comienza a caer y él tiene un jersey de lana que pronto terminará totalmente empapado. Salió corriendo de departamento sin la menor idea de a dónde ir, menos tiene idea de lo que está haciendo en pleno centro de Seúl, corriendo el peligro de ser descubierto y luego ser denunciado por sus vecinos. Después de todo, no es que se sienta un buen padre ahora que dejó a sus perros y su gata sin comida. Simplemente sintió ganas de huir mientras repasaba esas notas que desde hace un tiempo rondan su mente, junto a un par de frases que parecen demasiado cursis (no lo parecen, lo son).
Lo hace pocas veces (y ésta es una de esas pocas veces), pero necesita algo de nicotina en su sangre. Es cantante y bailarín, sabe que sus pulmones son importantes y su carrera se acortará severamente si hace algo idiota como fumar seguido.
La señora del pequeño supermercado no nota siquiera quién es, lo cual agradece. Sólo le queda la sensación de haber hecho algo ilegal cuando sale corriendo y no pide factura por su compra, como cuando fue adolescente y compró condones y con la cara hecha un tomate casi tiró el dinero y salió corriendo. Bueno, no es que fuera a entrar a la cárcel por algo así, pero está tan mal.
Se siente disperso.
Su cerebro no encuentra su centro, no puede enfocarse en nada y su maldito comeback está a la vuelta de la esquina. Los tiempos del contrato lo persiguen como perros rabiosos, respirando y gruñendo en sus oídos.
Su trabajo le encanta, pero a veces es simplemente una mierda (por no profundizar en más detalles de lo que realmente implica haber firmado ese contrato otra vez, cobardemente).
Taemin sabe que si habría decidido no hacerlo, también su mundo entero estaría colapsando. Su grupo, debía admitir, significaba más de lo que le gustaría admitir. Estaban del lado de la línea familiar, como si compartieran sangre y, aunque no le gustasen, debía cargar con ellos.
A veces, en noches así, cuando no podía ni siquiera hallarse en el reflejo del espejo de su recámara, sentía que su grupo era una carga, una carga que amaba, una carga de la que no se podría deshacer, de la que (muchas veces le costaba horrores admitir) no quería deshacerse.
Es decir, qué sería de él, si ellos no estarían a su lado. Seguramente sería feliz, pero no tanto como ahora lo es por estar con ellos.
¿Qué clase de relación era esa?
El fuerte bocinazo de un bus le hace volver en sí. Se ve sentado, refugiándose de la lluvia torrencial, en una de las paradas de buses, entendiendo lo del bocinazo.
Ni siquiera se fija bien en el número, no tiene tarjeta, pero al menos tiene un par de monedas que le ayudarán a dar un recorrido entero allí. Su imagen no es nada comparada con la de los idols, en ese momento es un mortal más, como un perro mojado, oliendo a perro, viéndose como uno; pelo, rostro, lentes, jersey, jeans y zapatillas chorreando de agua. Es uno más, uno buscando refugio en la parte trasera del bus para no molestar a la gente que todavía está a salvo de es tormenta.
Mentalmente se enrosca en su asiento.
Ojalá alguien pudiera leer en su collar el nombre de su dueño e ir a devolverlo a casa.