Unique part

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Memorias de un marido en Chernóbil


Por los altavoces y las radios de toda la ciudad se escuchaba el mismo mensaje: "Este no es un simulacro. La población debe evacuar inmediatamente. Repórtense en su parada de autobuses con no más de una maleta por persona. Podrán regresar en un par de semanas, no olviden su documentación." Nadie entendía realmente qué pasaba, tampoco era necesario entenderlo. En realidad, sólo recogieron sus cosas y se dejaron llevar. Todos llegaron a sus paradas, sólo eran 5 estaciones, no eran más que 80000 personas en la ciudad. Nos esperaban autos escolares, gubernamentales, incluso los mismos que prestaban servicio al interior de la ciudad para el desplazamiento.

Era como ver hormigas entrando por diferentes huecos. Líneas interminables que apenas se movían, gente mostrando sus documentos y abordando los autobuses mientras sostenían conversaciones tranquilas. Niños cargados, familias haciendo planes sobre su destino, como si en ese lugar no pasase nada.

Yo no estaba tranquilo.

Hace casi 24 horas que Jisung se había ido de casa. Nos llamaron casi a las 3 de la mañana, exigiendo nuestra presencia en Moscú para una comisión de prevención y resolución de un desastre en la planta nuclear Vladímir Ilich Lenin, Chernobyl. Ambos tuvimos que tomar un vuelo hasta el lugar, estábamos en casa de mis padres en lo que hoy es Bielorrusia. En Moscú nos reunimos con una comisión de 14 políticos y una amplia variedad de físicos, químicos e ingenieros de la nación. Al parecer, la planta había explotado. Nadie entendía realmente por qué. Yo no lo entendía. Sinceramente, Jisung era el cerebro de esta relación.

Nos conocimos en la plaza roja en 1975, con Podgorni, Kosyguin y Brézhnev en el poder. Le decían liderazgo colectivo o una basura como esa. Él era un muchachito nervioso, debía tener 25 o 26 años, estudiaba en la universidad alguna ingeniería, mientras yo estaba ya trabajando con el gobierno en la empresa de comunicaciones local. Yo había salido a fumar, y él estaba correteando como un hámster asustado. Recuerdo que lo vi trastabillar, al menos, 4 veces. Yo lo seguí, en ese entonces diría que lo hice porque me causaba curiosidad, hoy sé que era un deseo de seguirle hasta el fin de los tiempos. En el camino, recogí una cantidad de hojas, un estuche de lápices y una calculadora, él iba como en voladora, y podía predecir que iría hacia la universidad.

Cuando logré pararlo para entregarle sus cosas, me di cuenta de que corría por nada. Tenía una ansiedad alrededor de la gente tan fuerte, cualquiera podría haber deducido que su lugar seguro era su universidad, se le notaba. Lo invité a un cigarrillo y nos sentamos a conversar. Yo esperaba una charla de 8 minutos, los necesarios para quedar con la colilla entre los dedos, pero lo vi palidecer al voltear hacia la hora y recoger su bolso y sus carpetas, disculpándose en 4 idiomas distintos sobre una clase a la que llegaría tarde. Yo aproveché y le entregué mi tarjeta. Yo no era una persona realmente importante, pero en ese entonces creía mucho en la idea de que la importancia la pone uno mismo y me había hecho tarjetas de presentación en ese caso. Le vi guardársela en el bolso y luego se me perdió entre la gente.

No paramos de hablar durante meses. Yo lo invitaba a las reuniones, Jisung se las había ingeniado para ganarse a mis amigos y a mi familia. Todo el mundo creía que era mi protegido, que ya era mucho decir. El pequeño consentido se había conseguido un trabajo en medio de esas reuniones como científico en la academia de ciencias. Por respeto no se lo diría, pero estaba demasiado orgulloso de él. Así como estaba orgulloso, irremediablemente estaba enamorado. Jisung y yo compartimos lecho, mesa y vodka por casi 3 años antes de ser descubiertos por mi hermana menor. Para sorpresa de todos, fue tremendamente comprensiva, no nos delató. De hecho, se casó unos años más tardes con Jisung para ayudarnos. Yo, por mi parte, nunca me casé. Viví con ellos, Inessa dormía en la habitación que se suponía sería para mí, para un huésped, y Jisung y yo dormíamos en la habitación matrimonial, con las ventanas terminantemente cerradas y tapadas. Yo hacía correr rumores de mujeres, generando una imagen del hombre mezquino que no era, pero que cerraba las dudas de mi falta de compromiso.

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