Capítulo 20

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23 de junio


El camino hasta la cala lo hemos hecho en completo silencio, tan solo disfrutando del arrullo de las olas al chocar contra unas enormes rocas que nos ocultan de las miradas indiscretas. Estoy a punto del colapso: tengo las pulsaciones aceleradas, las manos sudorosas y esa quemazón en el pecho que casi no te deja respirar; y sé de sobra que es por culpa de la incertidumbre, mi mayor enemiga.

«¿Por qué me has traído hasta aquí, Harry?», resuena en mi cabeza en un constante bucle del que no sé salir. Pero él me saca de ahí en un alarde de heroicidad.

—¿Quieres? —y me tiende una botella de tequila.

Poco antes de abandonar la fiesta, me ha pedido que esperase junto a la puerta y, cuando ha regresado, traía consigo una cubeta con la botella, un par de vasitos de chupito, un salero y limón en rodajas. Pensar que lo ha comprado me hace sentirme realmente mal, porque todo esto le ha tenido que costar mucho dinero, pero me preocupa aún más que haya sido capaz de cogerla de alguna mesa, aplicando el descuento de los cinco dedos.

—No me has dicho de dónde la has sacado —arrugo la frente.

—¿De verdad quieres saberlo? —me enseña los colmillos en una sonrisa que me da escalofríos, pero no por miedo a la verdad que esconde, no; sino porque me he imaginado esos dientes clavándose en mi cuello entre restregones de placer.

«Basta», me reprimo a mí mismo.

—Sorpréndeme —le reto.

—Está bien —se encoge de hombros—. Conosía a un portero de la fiesta que quiere ligarse a Lisa, me aserqué y le dije que la botella era para mi hermana —suena orgulloso mientras lo narra y yo no necesito más para saber lo que ha pasado.

—El puto Carlos te la ha regalado —termino la historia.

—El puto Carlos me la ha regalado —y me tiende la botella.

La cojo, negando entre risas, y pego un trago. La cara se me comprime en una mueca de arcada mientras el alcohol se desliza garganta abajo provocando una insoportable quemazón.

—¡Pero así no, bruto! —me riñe entre carcajadas.

Y yo me uno en cuanto se me pasan las ganas de vomitar.

—Y yo qué sé —me quejo—. No me has dado instrucciones.

—Anda, deja —me quita la botella y la posa frente a él—. Lo primero es la sal —se pasa la lengua por el dorsal de la mano y lo rocía con el salero—, preparas el limón —coge la rodaja con la mano llena de sal—, y ahora lames —pasa la lengua sobre la sal—, trago —pega un sorbo largo de la botella—, y limón —dice a duras penas, mordiendo el limón con la cara comprimida.

—No parece mucho mejor —su semblante lo dice todo.

—Venga, prueba —me anima.

—No, no... yo casi que mejor...

Don't be silly! [29] —entre risas, recoge el salero y se vuelve a rociar el dorso de la mano, creando un nuevo escenario que no tenía previsto—. Te prometo que está mucho más bueno —y me alarga, una vez más, la botella.

«Espera, ¿Harry quiere que...?», la cojo cauto, sin apartar la vista de su mano, y veo que me la acerca a la boca.

—Recuerda: sal, tequila y limón —suena convencido.

Trago saliva de forma sonora, con el corazón latiendo a trece mil revoluciones por segundo, asiento de forma imperceptible y me acerco, con prudencia, hasta sentir su mano. Él no la aparta, así que supongo que no he malinterpretado la intención del gesto. Y entonces, sin dudar un segundo más (para no hacer esto más raro de lo que ya es), paso la lengua sobre la mano de Harry, pego un trago a la botella y, cuando quiero darme cuenta, estoy mordisqueando una rodaja de limón que yo, para sorpresa de nadie, había olvidado coger.

Cuando aprendí a quererteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora