No pasa nada.

Fuego y pasión

Entramos al baño, y lo primero que hizo fue cerrar la puerta de un portazo y trabarla.
Me agarró de la cintura y me beso con fuerza y necesidad.
Lo veía en sus ojos, teníamos sed de nosotros.
Tenía su mano derecha prendida a mi cabello y la izquierda jugueteando en mi escote, paseándose en el de arriba a abajo, haciendo dibujos y conteniendo las ganas de arrancar la tela que cubría parte de mi pecho.
Yo me prendí a su nuca, hasta que con sus manos me elevo y quedé entre la pared y su cuerpo, con mis piernas rodeando su cintura sin llegar a tocar el suelo.
Impregnó sus dedos en mis costillas y me sentó sobre la mesada del lavabo.
Me desprendió el vestido desesperadamente y yo le desabotoné la camisa de un tirón.
Estábamos totalmente sumidos en la desesperación de querer encontrarnos.
De querer tocarnos, sentirnos, besarnos y abrazarnos.
Mi piel ardía cada vez que chocaba con la suya.
Su barba quemaba el alrededor de mis labios y sus traviesos dedos bailaban sobre mi.
Me quitó completamente el vestido y se apresuró para tocar todo mi cuerpo sin dejar que pasen los minutos.
Su mano izquierda tomó mi pecho derecho y lo presionó con suavidad, lo movía de arriba a abajo y de vez en cuando le daba masajes.
Luego bajó su mano a mis muslos y comenzó a apretarlos con necesidad.
Yo posé mis manos sobre su espalda haciéndolas pasear por todos sus rincones, sintiendo sus músculos casi bullir, queriendo rasguñar su piel para atraerlo más a mi.
Mi cuerpo explotaba de adrenalina y deseo.
El olor a endorfinas y transpiración dentro de ese baño invadía el espacio sin dejarnos casi respirar.
Entre besos me susurra en voz baja:
"Si?"
Y sin dudarlo de mi boca rebalso el afirmativo hacia esa expresión.
Claro que si, quería que fuese parte de mi por aunque sea algunos minutos.
Me encontraba desbordada, cuando él estaba cerca mío mi cuerpo se aflojaba pero la tensión en el aire era cada vez más grande.
La carencia de su ser que tenía el mío me resultaba insostenible de ocultar si el estaba conmigo.
Así que sin más logró entrar en mí y no puedo explicar la satisfacción y el alivio que me dio tenerlo para mi.
Incline mis manos hacia atrás, donde estaban los espejos, y dejé marcas en la humedad de su superficie.
Sus dos manos se introdujeron por debajo de mí y ellas hacían que mi cuerpo suba y baje lentamente.
Me fundí en su cuello, tratando de captar su perfume para poder recordarlo luego mientras mis manos volvieron a tomar su nuca.
Él hundió su rostro entre mi hombro y mi cuello y comenzó a besarlo dejando rastros de humedad y pequeñas marcas.
Luego abandonó el rincón y comenzó a besarme pero con más ternura y suavidad.
Y fue ese momento.
Ese mismísimo momento que quise, quiero y querré guardar en mi mente, cuerpo, alma y corazón para siempre.
Quería acurrucarme en él y quedarme para siempre acoplada a su pecho oyendo los latidos de su corazón rugir cada vez que me acercaba.
Nuestras pieles erizadas y completamente invadidas por calor y humedad fueron el perfecto conector para esas energías liberadas.
Las gotas de sudor que desprendían nuestros seres apaciguaban la ardiente sed que quemaba nuestra alma al tocarnos.
El brillo en nuestros ojos al mirarnos, sintiendo que éramos nosotros en un mundo paralelo juntos siendo felices, sin miedos ni preocupaciones.
El fuego que desprendían nuestras voces al decir nuestros nombres.
La pasión que sentíamos al besarnos con anhelo y profundo deseo.
Los vidrios empañados de placer.
La vigorosa humedad que empapaba el lugar.
Nuestros alientos juntándose con exasperación.
El eclipse de energía que se formaba al juntar nuestros cuerpos.
La electricidad que soltábamos.
El fuerte temblor de nuestros cuerpos al encontrarse dentro del otro.
El aire que se nos escapaba, pero que no nos importaba.
Nuestros gemidos que desprendían locura y fantasía.
Nosotros.
Al terminar, me bajo de la mesada con delicadeza y me ayudó a colocarme el vestido, poniéndomelo con delicadeza, acariciandome y jugando a provocar mi cintura.
Levanté su camisa arrugada y tironeada del suelo y se la coloqué por detrás, y mientras tanto iba besando toda su húmeda espalda para guardarme su tibieza.
Así, ya vestidos, con la ropa rociada de la cálida humedad del ambiente y un poco arrugada, nos seguimos besando como si el mañana no existiese, el hoy no importase y el ayer reviviese.
No quería separarme de él, y sé que él tampoco de mi.
Nos queríamos cerca, nos queríamos juntos, pegados, amarrados, enlazados, agarrados, prendidos.
Nos queríamos nosotros.
Los de siempre.
Nos queríamos.
Nos besábamos y nos abrazábamos con tanta libertad, como si afuera el caos no existiera, como si el mundo estuviese en pausa, como si nuestras vidas tomaran otro rumbo por un instante, como si el tiempo se detuviese en nuestro amor.
Así, como si nada.
Congelando nuestros miedos.
Nuestras represiones.
Angustias.
Ansiedades.
Dudas.
Temores.
Inseguridades.
Dejando cualquier sentimiento de pena y remordimiento de lado.
Porque sólo nos importaba lo nuestro.
Eso que habíamos construido durante tantos años, y que crecía de manera imparable como si fuese un huracán avasallador que nos sumía en sus olas de deseo.
Nos importaban nuestros corazones, nuestro sentir, nuestro callar y decir.
Nos importaba el otro.
Nos importábamos, y nos amábamos.
Amábamos todo de nosotros.
Sentirnos, besarnos, mimarnos, llenarnos de amor.
Había tanto amor, tanto fuego, tanta pasión. Que no se podía dejar pasar, no podíamos ignorarlo y dejarlo a un lado. Porque no era lo qué queríamos.
Así que elegíamos quedarnos así.
Bien pegaditos sintiendo el "pum pum" de nuestros corazones.
Enamorados hasta la médula.
Confiando plenamente en nuestro proceso de amar a nuestro ritmo.
Con el amor que se nos escurre por los dedos.
Juntos por sobre todo, aunque a veces nos sintamos solos y sin rumbo en una ruta desamparada.
Apoyamos nuestras frentes una contra la otra para preparar nuestras mentes y corazones para la despedida de siempre y de nunca a la vez...
Así somos, o así nos tocó ser.
Porque si.
Porque mientras nos amemos, no pasa nada.

Esto fue solo un sueño, quizá continúe...